Introducción
El acceso de la mujer al mundo laboral en el siglo XIX sigue las pautas de la demanda de mano de obra de la industrialización. Si bien es cierto que la mujer ha trabajado fuera del hogar anteriormente, ahora su inclusión, como la del hombre, en las fábricas, mueve las bases del patriarcado. Es curioso notar cómo el trabajo que se realiza desde antaño en otros espacios no se pone en entredicho. Es el ingreso de la mujer en un ámbito laboral, en el que también participan los hombres, cuando empiezan a alzarse las voces contrarias al trabajo femenino.
Tal como explica María de los Ángeles Ayala Aracil2, podemos rastrear en la literatura costumbrista la mirada que se dirige al trabajo de la mujer. En efecto, las tareas domésticas que se llevan a cabo desde antaño no se juzgan. Así, los escritores de artículos costumbristas las describen en sus obras sin que asome una nota de acritud hacia ellas. La profesora Ayala advierte cómo las labores de la clase popular de zonas rurales se dibujan en Las mujeres españolas, portuguesas y americanas (1872, 1873 y 1876)3 sin asomo de censura por parte de los autores. Cuando se pintan las labores de las mujeres de clase popular en las zonas urbanas, tampoco se critican las actividades habituales que, por cierto, no les reportan grandes beneficios. De hecho, se trata de trabajos con los que estas intentan paliar las penurias crematísticas de sus hogares, pero que les proporcionan muy pocos beneficios. Entre estas labores podemos citar el cuidado de niños, el servicio doméstico, la venta de flores, el planchado y arreglo de ropa, el cuidado de residencias, entre otros. No obstante, en algunos de estos artículos se puede observar una nota crítica. En ocasiones, como en la obra La peinadora, de Adolfo de Mentaberry4 se censura a las clases más pudientes y a los gobernantes del abandono que sufre la mujer de las capas más desfavorecidas. La desatención a las necesidades de estas trabajadoras y la ausencia de medios, en particular educativos, para mejorar su situación convierten a las capas más influyentes en verdugos de la mujer humilde. Esta situación catastrófica se acentúa todavía más en la descripción de las condiciones de trabajo en las fábricas, como puede percibirse en La cigarrera (1882), de Emilia Pardo Bazán, artículo incluido en la colección costumbrista Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas, editada por Faustina Sáez de Melgar5.
María de los Ángeles Ayala explica además que los prejuicios contra el trabajo femenino se aprecian en el momento de retratar a la mujer de clase media. En estos casos asoman las reticencias a describir estos trabajos. Conviene puntualizar que en las colecciones costumbristas son escasos los ejemplos retratados de este tipo, pese a que las estadísticas muestran la cantidad de mujeres empleadas en estas capas sociales6. Si bien es cierto que a comienzos de siglo estas mujeres se ocupan normalmente de pequeños comercios, de fondas, cafés e incluso de sencillas casas de préstamo, conforme avanza el siglo XIX las mujeres se profesionalizan y se dedican a dar clases a niños o a ocupar puestos como telefonistas, por citar algunos ejemplos.
Antes de la desaprobación del ejercicio de estas y otras profesiones, se evidencia la desaprobación de la formación de la mujer, en otras palabras, la denuncia no se limita a la introducción de la mujer en el ámbito laboral (en el que pueden adquirir cierta independencia e incluso trabajar con los hombres), sino también en el educativo. En este último aspecto son significativos los sucesivos congresos pedagógicos que tienen lugar en este siglo, donde se aprecia la evolución del pensamiento de las clases más avanzadas al respecto. Si en un primer momento las voces a favor de la educación femenina son pocas y, en su mayoría, se circunscriben a campos particulares, conforme se va llegando a finales de siglo, se descubren voces más progresistas que defienden la igualdad de la educación entre hombres y mujeres. En esta corriente se sitúa nuestra escritora, cuyo papel en la defensa de la educación femenina constituye un rasgo fundamental para definir su ideario feminista. Tres son los momentos en que se vertebra el problema pedagógico de la mujer. En primer lugar, se cuestiona el derecho de la mujer a recibir educación. Después, se trata de la igualdad entre la educación que reciben los hombres y la que reciben las mujeres. Por último, se debate el libre ejercicio de una profesión por una mujer preparada para ello7.
En 1869, se organizan las Conferencias Dominicales para la Educación de la Mujer, donde se defiende el derecho y deber de la mujer a recibir educación. No obstante, hay que precisar que los hombres políticos e intelectuales que participan en ellas abogan por una educación femenina con el fin de formar buenas madres. El objetivo es que estas eduquen correctamente a sus hijos. A partir de esta y otras conferencias empiezan a fundarse escuelas donde formar a las mujeres. Podemos citar la Escuela de Institutrices de Madrid (1869), las Escuelas de Comercio (1878) y las de Correos y Telégrafos (1883), entre otras. En fechas posteriores, en el Congreso Nacional Pedagógico de Madrid de 1882, se vota por unanimidad a favor de la formación de la mujer para ejercer el magisterio primario. Dos años después, en Barcelona, se celebra otro Congreso Nacional Pedagógico, que supone un pequeño avance, pues participan mujeres de ramas distintas a la educación y se defiende la educación obligatoria para niñas y niños de seis a doce años de edad. Mayor interés despierta el Congreso Pedagógico Hispano-Luso-Americano celebrado en Madrid en 1892. En él la participación femenina crece enormemente e incluso se dedica una sección específica a tratar de la educación de la mujer. Entre las participantes se encuentra doña Emilia, que presenta su memoria titulada «La educación del hombre y la mujer. Sus relaciones y diferencias», en la que expone sus ideas al respecto. La mirada progresista de Pardo Bazán se evidencia en su crítica a la mediocridad de la educación de la mujer y su enorme inferioridad con respecto a la del hombre. Ello se debe, en gran parte, a la idea de que la mujer solo tiene un objetivo en su vida: ser una buena esposa y madre. Doña Emilia refuta este postulado y defiende el pleno derecho de la mujer a formarse. En resumen, aunque en este congreso se avanza con respecto a la idea de la educación femenina para formar a un ser humano en su integralidad, hay quienes no comparten la idea de que la mujer pueda ejercer cualquier profesión.
Como apuntamos anteriormente, el ingreso de la mujer en espacios de trabajo extra domésticos, es visto como una inmoralidad por el conjunto de la sociedad. Las leyes que se promulgan para regular el trabajo femenino demuestran el papel tradicional en el que se quiere encerrar a la mujer, cuya tarea primordial es la de criar a los ciudadanos de mañana. No solo se busca salvaguardar las buenas condiciones físicas de la mujer, sino también las morales. El trabajo fuera del hogar es visto entonces como un peligro para la mujer y, en consecuencia, para la sociedad en su conjunto8. El discurso científico servirá, en gran medida, para apoyar estas medidas proteccionistas y, no lo olvidemos, para señalar una misión diferente a cada sexo. En las leyes de 1873 y 1878, que regulan el trabajo infantil y de la mujer, encontramos medidas proteccionistas que persiguen las buenas condiciones laborales de estos sectores. La Comisión de Reformas Sociales, creada en 1883 por iniciativa de Moret, pretende investigar las necesidades de los obreros para darles respuesta y así no solo mejorar las condiciones laborales de estos trabajadores, sino también evitar revueltas sociales9. En 1900, se aprueba la ley Dato, que regula el trabajo femenino. Con ella se persigue garantizar la buena salud de la mujer para evitar repercusiones negativas en sus hijos. El objetivo es mantener vigente el tipo de familia tradicional defendido por las clases burguesas y controlar el proceso de emancipación total que está llevando a cabo la mujer que trabaja fuera del hogar. Arbaiza explica que:
El cuerpo legislativo aprobado a partir de 1900 así como el esfuerzo social (médicos, literatos, movimiento obrero, pensadores etc.) estuvo orientado a consolidar una estricta separación de los espacios público y privado. El objetivo era reorientar el comportamiento de las familias trabajadoras hacia un modelo de organización social en el que la separación de los espacios y el consiguiente reparto de funciones entre hombres (ganador de pan) y mujeres (amas de casa) fuera una realidad10.
Las duras condiciones en las que trabajan las clases populares en un ambiente urbano se describen en la novela de Pardo Bazán, que pinta a la población de Marineda, fantápolis de La Coruña. Las escenas de trabajo se presentan desde el comienzo del relato, donde se detalla la tarea de Rosendo, padre de la protagonista, que confecciona barquillos desde primera hora de la mañana para venderlos posteriormente por la ciudad. Aparte de otros oficios, el que ocupa mayor espacio es, evidentemente, el llevado a cabo en la Tabacalera, donde trabaja la protagonista, Amparo. Pero en este espacio se evidencian distintas categorías y tipos de tarea. El taller de fabricación de cigarrillos, situado en la planta superior, es un paraíso comparado a los otros sectores de la fábrica. De hecho, el taller de cigarros, una planta por debajo del otro taller, se compara con el Purgatorio y el sótano, donde se pica el tabaco, es visto como el Infierno. Para la clase popular no hay otro remedio que trabajar de sol a sol para intentar sobrevivir11. En la primera novela de tema obrero en la novelística española contemporánea12, Pardo Bazán no solo pone en evidencia el problema social que sufren las clases populares, sobre todo en las industrias de los centros urbanos, sino también las consecuencias de estas condiciones laborales, mucho más perjudiciales en la mujer13. Como anota Amélie Florenchie14, los ejemplos de trabajo femenino en La Tribuna no se circunscriben únicamente a las distintas tareas de la fábrica de tabaco, donde aparecen pitilleras, cigarreras, cuadrilleras, etc. También se presentan otros oficios como el de pescaderas o encajeras. Asimismo, se advierte que el trabajo se extiende a todas las edades y a distintas áreas geográficas15. Como es bien sabido, Pardo Bazán sigue los postulados de la nueva novela naturalista a la hora de escribir su obra, aunque la autora se apresta a precisar en el prólogo a La Tribuna que el ambiente del pueblo español dista de la decadencia en la que ha caído el francés:
No; los tipos del pueblo español en general, y de la costa cantábrica en particular, no son aún –salvas fenomenales excepciones– los que se describen con terrible verdad en L’assommoir, Germinie Lacerteux y otras obras, donde parece que el novelista nos descubre las abominaciones monstruosas de la Roma pagana, que, unidas a la barbarie más grosera, retoñan en el corazón de la Europa cristiana civilizada16.
En sus «Apuntes autobiográficos» que preceden a la novela Los Pazos de Ulloa, expone cómo se documenta para redactar La Tribuna. La documentación por parte de la autora, así como la observación directa de la vida que va a retratar, constituyen las bases del método realista-naturalista que aplica en su nueva novela:
Dos meses concurrí a la Fábrica mañana y tarde, oyendo conversaciones, delineando tipos, cazando al vuelo frases y modos de sentir. Me procuré periódicos locales de la época federal (que ya escaseaban); evoqué recuerdos, describí la Coruña según era en mi niñez […] y reconstruí los días del famoso Pacto, episodio importante de la historia política de esta región…17.
En nuestro estudio nos enfocamos en el trabajo de la mujer de clases populares y clases medias en zonas urbanas. Analizaremos dos textos de Emilia Pardo Bazán de diferentes épocas: su novela La Tribuna (1883) y su cuento «Lo de siempre» (1913). En el primero, la protagonista, Amparo, es una cigarrera que trabaja en la fábrica de tabacos de La Coruña. La acción se desarrolla en los años revolucionarios anteriores a la República federal de 1873, hasta la proclamación de esta al final de la historia. En el segundo, Mariana trabaja en un taller tipográfico en Madrid, donde ha de hacerse pasar por un hombre para poder acceder al puesto de trabajo. A continuación, compararemos ambas protagonistas en tres aspectos. Primero, nos centraremos en el camino de emancipación emprendido por cada una de ellas. Seguidamente, nos detendremos en el estudio del sueño de libertad de ambas. Para terminar, nos ocuparemos del poder que logran a través de la oratoria.
Es interesante notar cómo Amparo sueña con una igualdad social, mientras que el personaje principal de «Lo de siempre», Mariana, es consciente de la hipocresía de la clase obrera respecto a su defensa de la igualdad entre los hombres por el hecho de apartar de esta lucha de derechos a la mujer. Una similitud entre las dos protagonistas es el poder de su voz. Mediante la palabra consiguen poder y prestigio. Asimismo, podemos comparar estas voces con la de la propia autora coruñesa, que se abre camino en el mundo literario español donde la voz predominante es la masculina.
Camino hacia la emancipación
Debemos señalar que los dos personajes de nuestros textos persiguen su emancipación económica a través de un trabajo digno. La satisfacción de no depender de otra persona, en concreto, del hombre –pues la mujer está bajo la tutela normalmente de una persona del sexo opuesto– se presupone. Recordemos además que entonces mediante el contrato matrimonial, la mujer se subordina a su esposo18.
El deseo de emancipación de la mujer no es excepcional en la obra de Pardo Bazán. Un ejemplo lo constituye el personaje Feíta, de la novela Memorias de un solterón (1896), que doña Emilia describe como el tipo de «mujer nueva», por tanto, diferente del prototipo del «ángel del hogar» que se espera de la mujer. La protagonista, proveniente de una familia de clase media venida abajo, se hace cargo del sustento de su familia mediante su trabajo. Su deseo de independencia, en todos los sentidos, la conciencia de su capacidad intelectual y su curiosidad intelectual, la alejan del modelo que siguen sus hermanas (y la mujer española, en general) y la acercan al ideal de mujer de doña Emilia. Los personajes de nuestros textos comparten con ella su deseo de independencia. Amélie Florenchie, en su lección sobre La Tribuna19, pone en evidencia los lugares donde se hace hincapié en la emancipación conseguida por la protagonista, Amparo. En primer lugar, cita la emancipación económica que le proporciona su oficio como cigarrera. Esta emancipación la lleva a la emancipación social, apunta esta investigadora. Así pues, se convertirá, tras el nacimiento de su hijo, en la cabeza de familia. Otro tipo de emancipación señalada es la intelectual, lograda a través de las lecturas de periódicos, con los que empieza a formarse un ideario político. Por último, menciona la emancipación física que la convierte en una mujer sensual20. En La Tribuna, se advierte cómo la protagonista toma conciencia de la dependencia en la que se encontraba antes de comenzar a trabajar en la Fábrica de Tabacos. Para poder disponer de cualquier cosa, Amparo necesitaba la autorización paterna. En cambio, tras convertirse en una cigarrera profesional, es consciente de su autosuficiencia. Esta es una de las causas por las que va cobrando gusto a trabajar en este nuevo entorno: «Otra causa para que Amparo se reconciliase del todo con la fábrica fue el hallarse en cierto modo emancipada y fuera de la patria potestad desde su ingreso»21.
En «Lo de siempre», Mariana posee experiencia antes de comenzar a trabajar en el taller tipográfico madrileño. De hecho, su padre era regente de una imprenta y le enseñó el oficio. Por tanto, posee las cualidades necesarias para ejercer esta labor y poder ganarse su sustento. En cambio, reconoce que por ser mujer no va a ser aceptada para poder ocupar este puesto, por lo que decide hacerse pasar por un hombre. El sueño de emancipación se rompe por la violencia que sufre Mariana por parte de sus compañeros de trabajo una vez que estos descubren su identidad. Estos hombres acaban con la posibilidad de la mujer de poder ganarse el dinero con un trabajo decente. Efectivamente, al final del cuento se adivina que ella no va a tener más remedio que prostituirse para poder subsistir. Mediante la crítica hacia ese grupo de hombres se llega a una censura mucho más amplia, al género masculino en general, y, en particular, a quienes son capaces de hacer cambiar, aunque sea en pequeñas esferas, las desigualdades que sufren las mujeres con respecto a los hombres. Mariana deplora cómo no puede valerse de sus cualidades como tipógrafa en ese mundo machista y se lamenta del camino al que le arrojan: «Mi padre […] me enseñó este oficio. No sé otro. Sí; hay otro que no necesita aprendizaje… y a él me arrojáis, al no permitirme que me gane la vida aquí honradamente»22. Por tanto, al contrario de lo que ocurre con las cigarreras, la inclusión de una mujer en un ámbito tradicionalmente masculino no es posible en este momento. La sociedad no está preparada para ello y arroja a muchas mujeres a caminos tortuosos como es la prostitución.
El sueño de la igualdad
Otro de los puntos en común entre ambos textos que queremos abordar es el de la idea de igualdad social. La desbordante lucha social que atraviesa el siglo XIX se plasma en la obra de Emilia Pardo Bazán. En la novela de 1883, la autora sitúa la acción en los años revolucionarios anteriores al advenimiento, en 1873, de la República federal. La historia se cierra con el triunfo de la República, que contrasta con el abandono de Amparo por parte de su amante, el señorito Baltasar, que decide no hacerse cargo del hijo ilegítimo de ambos. El ideario político de la protagonista peca de ingenuo, como la autora nos declara en el prólogo de la novela refiriéndose a la escasa formación política de las clases populares23.Nelly Clemessy precisa que, si bien el movimiento republicano del 68 había contado con jefes convencidos de su ideario revolucionario, este no dejaba de ser utópico y, además, se prestaba a la demagogia y a la consecución de intereses personales por quienes solo buscaban el beneficio propio. Por consiguiente, Clemessy apunta que, en La Tribuna, doña Emilia presenta a la clase popular de Marineda como «una presa fácil para los politicastros que la utilizan como un simple instrumento de maniobras de las que no sacará ninguna ventaja»24. El sueño de La Tribuna de subir de escala social mediante el matrimonio imaginado con Baltasar25 se despedaza cuando descubre la realidad. La igualdad que pretende alcanzar en lo personal fracasa. A propósito de la conclusión de esta novela, Clemessy sostiene que Pardo Bazán no cree en que el hombre posea un sentimiento democrático y que, en última instancia, se mueve siempre por motivos puramente egoístas. Por esta razón,
[…] pinta a Amparo dominada por el egoísmo a despecho de su generosidad de alma. Cuando la esperanza de una ascensión en la escala social se presenta ante la cigarrera, ésta siente debilitarse considerablemente su entusiasmo revolucionario. […] el conflicto social que antes la apasionaba se ha transformado, para ella, en indiferente26.
En el cuento de Caras y caretas la autora dispone de un espacio más reducido para presentar la lucha por la igualdad. Es necesario recordar aquí cómo en el último tercio del siglo XIX se crea el dilema, dentro de la cultura política socialista, de la consideración de la mujer como integrante del cuerpo del proletariado y como sujeto de emancipación. En un principio se defienden ambas causas, como se demuestra en el Dictamen del Congreso de la Federación Regional en Zaragoza en 1872. Tanto hombres como mujeres son considerados como sujetos obreros. Pero a finales del XIX, se va cambiando el discurso obrero hasta excluir a la mujer de sus filas. Como expone Arbaiza:
Pablo Iglesias, el fundador y presidente del PSOE, en su artículo «La emancipación de la mujer» (1897), asume la causa femenina, pero: «El éxito de la liberación femenina ya no descansa […] en su incorporación a la producción y en su condición de obreras, sino que simplemente abogaba por la atracción de las mujeres hacia la causa socialista […].
La clase obrera se encontraba a finales del siglo XIX en una encrucijada política. Estaban sobre la mesa todas las posiciones en relación con la agencia de las mujeres, junto a las proclamas obreras muy misóginas, que identificaban al mundo femenino con la relación y la tradición (Aguado, 2010: 134), se exhibía cierto afán por integrarlas dentro del movimiento socialista, aunque ya no como obreras. A su vez, el movimiento obrero se enfrentaba a un desafío histórico, su reconocimiento como sujeto político, un tema crucial en la conformación de la identidad de clase […]27.
En este relato se ponen en evidencia las diferencias entre la lucha obrera y la lucha por los derechos de las mujeres. En efecto, la protagonista es la que expone la brecha que separa ambas. En su discurso, a lo largo del texto, subraya la hipocresía de las voces que defienden la igualdad de todos pero que, realmente, lo que buscan es la igualdad entre las personas que pertenecen al sexo masculino. En esta batalla por conseguir los mismos derechos queda excluida la mujer. En el cuento, en un primer momento, la protagonista se siente más aceptada por el grupo cuando sus compañeros interpretan sus palabras como el discurso típico de la lucha obrera. Debido a que Mariana no quiere desvelar su auténtica identidad, tiene que prestar atención a cómo expone sus ideas. El sueño de igualdad es evidente a la luz de su discurso: «-Todos iguales, es la flor de la verdad –repetía Mariano, cuyos ojos eran faros–. Cada vez que nace un ser humano, nace un derecho, un derecho que no se puede negar, que está escrito en el alma. Y quien tiene un derecho, debe exigir que se lo reconozcan. Es un cobarde el que no lo exija28».
Pero Mariana, al contrario que Amparo, es consciente de que la igualdad que ella persigue no es posible en su época. Incluso llega a calificar a sus compañeros de mentirosos al adivinar que sus reclamaciones se acaban cuando se trata de defender los derechos del otro sexo: «Eso es lo que yo dudo. ¡Vosotros, y los demás, al tratarse de vosotros mismos… bueno, mucho de igualdad… de justicia! Pero al presentarse otros derechos, tan legítimos, o más, que los que os importan… estoy seguro… En fin, yo me entiendo…»29. Cuando al final se desvela su identidad y es atacada por sus camaradas, Mariana les recuerda sus palabras en la cafetería, donde les tildaba de falsos en materia de defensa de derechos:
-¡Hola –dijo irónica a su vez-, hola, los de la igualdad… los fraternales! ¿Fraternidad de calzones, eh? ¿Para vosotros, farsantes, no soy persona? ¿Qué os decía yo en el café? Que si llegase el momento de afirmar igualdades, seríais como los otros, como los burgueses, igual. ¡Si lo sabía! Pues de otro modo, ¿qué necesidad tenía de disfrazarme? ¡Con el traje de mi sexo me ganaría el pan, que me lo sé ganar mejor que vosotros, y estáis cansados de saberlo!30.
El poder de una voz
Otro rasgo que comparten nuestras protagonistas es la fuerza y reconocimiento que adquieren gracias a sus dotes oratorias. En su propio discurso ellas se definen y desarrollan como personas. El discurso llega a ser una forma de autoconocimiento y no solo de reconocimiento por parte del otro. Se llega a tomar consciencia de la propia persona a través de la palabra, fuerza creadora desde la noche de los tiempos.
En la transformación de Amparo de niña callejera a agitadora política que le otorga el apodo de Tribuna del pueblo juega un papel importante la lectura de la prensa31. Christine Rivalan Guégo ha detallado el camino que sigue Amparo en la construcción de una voz propia. Hay una evolución del personaje que se observa en el uso de la palabra. Así va desde la tímida jovencita que conoce al señorito Baltasar y no se atreve a decir nada, hasta convertirse en La Tribuna, donde toma el territorio de la palabra proclamada y también de la lectura. Mediante la lectura a sus compañeras de la prensa revolucionaria, adquiere el vocabulario de estos periodistas y llega a ser admirada por los otros trabajadores. Sus cualidades oratorias la llevan a convertirse en La Tribuna del pueblo. A partir del capítulo XIX, Rivalan aprecia una evolución en la voz de la protagonista que se declina en dos niveles (su vida personal y la pública). Su defensa pública de los derechos de los obreros va desvaneciéndose conforme va tomando forma en su cabeza la idea de convertirse en señora (casándose con Baltasar) y adquirir otro estatus social; aunque hay veces en las que asoma su voz revolucionaria, como cuando reclama el salario que se les debe a las mujeres de la fábrica. Al final del libro, Amparo es incapaz de articular palabra cuando Chinto le anuncia la partida de Baltasar a Madrid32.
En cuanto a «Lo de siempre», la evolución de la voz de Mariana va in crescendo hasta conseguir su apoteosis final al concluir el relato. Cuando se presenta al nuevo trabajador este aparece como sumamente tímido y reservado, despertando así la curiosidad de los otros operarios por saber algo de él. Su primera conversación con los otros trabajadores en una cafetería sirve para criticar el modelo de hombre que la sociedad impone. Podemos notar cómo poco a poco va ganando fuerza y expresa sus ideas, aunque siempre ocultando su identidad. Sus palabras posteriores son interpretadas como una defensa de los derechos de los obreros, pero la protagonista es consciente de la lejanía entre estos y los de la mujer. A diferencia de Amparo, la protagonista del cuento es consciente de que la igualdad entre hombres y mujeres no es posible en su época. Advirtamos además que se dilucida que la educación de Mariana es superior a la de Amparo, como se puede ver en su forma de hablar. Cuando se produce el descubrimiento de que Mariano es en realidad Mariana y el comportamiento de los trabajadores comienza a ser violento, decide mostrar un arma para defenderse. No obstante, lo que parece producir un efecto más poderoso en ellos son sus palabras finales, en las que los tilda de farsantes. Sus últimas palabras, entre exclamaciones, aumentan la fuerza de su denuncia, que se extiende a la situación que sufren todas las mujeres. De nuevo, vemos otra diferencia respecto al discurso de Amparo, cuya reivindicación se vuelve hacia el ámbito personal. Mariana termina su intervención censurándoles:
¡No, no tengáis miedo, ya me voy del taller; no necesitáis echarme a fuerza de hacer escarnio de mí! ¡Ojalá nunca consigáis lo que decís que queréis, farsantes, farsantes! Ni a vosotros os importa la humanidad, ni pensáis sino en vuestro egoísmo. Las mujeres, para instrumento, para divertiros, para pegarles, para que os guisen… ¡Nos queréis por esclavas, como los hombres de esos tiempos antiguos, de que tanto malo decís! ¡Ah, embusteros! ¡Abur; no me habéis engañado, os conozco!33.
Podemos poner en relación estos tres aspectos analizados con nuestra autora. Emilia Pardo Bazán es un ejemplo de la mujer española del siglo XIX emancipada. En una de sus cartas a Galdós le declaraba: «Me he propuesto vivir exclusivamente del trabajo literario, sin recibir nada de mis padres, puesto que, si me emancipo en cierto modo de la tutela paterna, debo justificar mi emancipación siendo en nada dependiente». Como Mariana, es consciente de la desigualdad entre hombres y mujeres. En su prólogo a Bebel para la Biblioteca de la Mujer, Pardo Bazán expresa sus ideas acerca del socialismo y separa la lucha feminista de la del obrero34. Para concluir, su voz se alza a través de su obra escrita y de sus conferencias, abriéndose paso en un mundo masculino.