En el corpus de las viajeras latinoamericanas del siglo XIX no es habitual encontrar el nombre de Juana Manso1. En ese lugar donde se destacan Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti, Gertrudis Gómez de Avellaneda, la Baronesa de Wilson, Mme. Calderón de la Barca, Nisia Floresta, entre otras, está ausente la figura de quien, en cambio, suele ser estudiada entre las mujeres del exilio, las primeras publicistas, las pioneras en la defensa de los derechos de la mujer y, sobre todo, entre las propulsoras y renovadoras de la educación en las escuelas de la patria.
Es posible inferir, como una de las causas de esa invisibilidad, el hecho de que, a diferencia de sus colegas viajeras, Manso nunca publicó un libro con la narración de sus periplos por los países que recorrió en una etapa juvenil de su vida. Los textos relevados –parte de los cuales han sido publicados recientemente2–, son, en primer lugar, los fragmentos de un diario personal, redactado durante su viaje a los Estados Unidos y Cuba y destinado a sus hijas3; y algunos pasajes de esa experiencia que hizo conocer años más tarde en semanarios y periódicos de Río de Janeiro y Buenos Aires (Jornal das Senhoras, Álbum de Señoritas, La Ilustración Argentina, entre otros).
Nos interesa analizar ahora el corpus de textos referidos al viaje que realizó entre 1846 y 1848 a los Estados Unidos y Cuba, dos espacios poco frecuentados –y representados– por las escritoras de su tiempo, por lo cual la obra de Manso constituye un antecedente que puede leerse en contrapunto con otros relatos, como el de Eduarda Mansilla4.
La mirada de la viajera en su descubrimiento de una nación joven en vertiginoso crecimiento resulta muy crítica en la primera y más íntima redacción, y en numerosos pasajes coincide con las célebres impresiones de Dickens y Fanny Trollope en sus viajes por Estados Unidos. Pero, en el caso de la argentina, esa mirada será revisada poco después, al volcar a la prensa sus recuerdos. En el trabajo de reescritura, atenta por un lado a los modelos costumbristas y, por otro, a los proyectos de reforma social que propone la Modernidad, va perfilando una voz propia que crea su identidad como sujeto crítico y autónomo. Si en el Diario, redactado durante el viaje, ella se representa como una acompañante voluntariamente desdibujada –a la sombra de su esposo músico5–, cuando escribe sus crónicas sobre la experiencia vivida en países extranjeros se asume como una femme auteur (Manso dixit)6 integrada en el espacio de las letras y la cultura de un mundo donde las mujeres hacen oír su palabra, contra viento y marea.
Viaje y escritura se constituyen así en espacios de (auto) descubrimiento y construcción de identidad. Nuestra investigación apunta a indagar en las tramas de esas escrituras y reescrituras y en los conflictos que subyacen a la expresión de una voz propia dentro de los condicionamientos de una época y una sociedad.
Peregrina por el mundo
Deudora del léxico romántico en una época ya tardía en la cual los que pudieron ser sus compañeros de generación –los hombres del 37– o bien han fallecido, como Echeverría, o bien ya han dejado las plumas literarias para dedicarse al discurso y a los recursos de la política (es el caso de Mármol), Juana elige para poetizar una visión sobre su vida errante ese lenguaje tan caro también a la otra Juana (Gorriti), como ella viajera, exiliada y escritora.
Nacida en Buenos Aires en 1819, a los 20 años se traslada a Montevideo con su familia, junto con otros unitarios opositores al gobierno de Juan Manuel de Rosas. Poco después los avatares del conflicto político los llevan a exiliarse en Río de Janeiro, un lugar que será determinante en la vida y en la obra de Manso. En Río conoce a un joven violinista portugués, Francisco de Noronha, con quien se casa pocos meses más tarde (1844) y al que acompaña en sus giras, primero por el norte del país (Bahía, Pernambuco) y luego, alentados y seducidos por las promesas del cónsul norteamericano, por los Estados Unidos. En abril de 1846 la pareja desembarca en Filadelfia, luego se traslada a Nueva York y, un año y medio después, arruinados y sin esperanzas de un cambio de fortuna, se embarcan para Cuba, donde viven un año, éste sí lleno de triunfos y –deducimos, deseamos– de logros económicos. A finales de 1848 regresan a Río de Janeiro, con las dos niñas nacidas durante el viaje: Eulalia, que nace en Nueva York7, y Erminia, nacida en La Habana.
Separada de su marido pocos años más tarde, Juana reanuda sus vínculos con los hombres que ocupan el poder tras la caída de Rosas y regresa a Buenos Aires a finales de 1853. Pero no son tiempos favorables para una mujer sola con dos hijas pequeñas. Vuelve entonces a Río de Janeiro, donde ya ha formado un ámbito de trabajo y reconocimiento: dirige un periódico, publica artículos en varias revistas, ejerce la docencia. Finalmente, en 1859, durante el mandato del gobernador Valentín Alsina (cuya historia había ficcionalizado en su primera novela, Los Misterios del Plata) y con el apoyo de Mármol, Mitre y posteriormente Sarmiento, regresa definitivamente a Buenos Aires.
Aquí termina su vida de viajera. En adelante, sus periplos serán más modestos: de una escuela a otra, dentro de la ciudad de Buenos Aires; yendo en tranway a la casita del entonces pueblo de Belgrano adquirida en sus últimos años8; a Quilmes, para dictar una conferencia, y sobre todo a la ciudad de Chivilcoy, a la que sueñan convertir junto con Sarmiento en un centro de cultura, con lecturas literarias, biblioteca, obras de teatro. Pero esto pertenece ya a la historia docente de Juana Manso, a su época de convertida, como la llamará el sanjuanino, complacido al verla dedicada solo a la educación9.
Sus años de viajera, por lo tanto, se enmarcan en el periodo comprendido entre sus 27 y sus 40 años; y más estrictamente, a efectos de este trabajo, en el periodo que se extiende entre 1846 y 1848. Años que, como sabemos, tienen una trascendencia especial en la historia de América y de Europa. Recordemos también que en esos mismos tiempos su maestro y amigo, Sarmiento, está haciendo análogo viaje iniciático, en otro contexto geográfico, pero con idéntico deslumbramiento por las maravillas del progreso en los transportes y, por lo que, augura como su consecuencia más consoladora, la unidad del género humano.
Juana Manso y su narrativa de viajes
El perfil de Juana Manso como viajera, decíamos, es una de sus facetas menos reconocidas debido, en gran medida, a lo misceláneo de su producción, dispersa en publicaciones de la época y en textos inéditos conservados por la familia, parcialmente editados por Velasco y Arias en 193710. Sin embargo, es evidente que había trascendido la «pluma viajera» de Juana Manso, al punto de que la imaginativa Baronesa de Wilson, que visitó la Argentina hacia 1875, le atribuye un libro que nunca escribió: «Juana Manso de Noronha [viajó] muy niña por el Brasil, isla de Cuba y Estados Unidos, lo que fue origen de sus estudios de costumbres De Buenos Aires a Nueva York»11. Por su parte, varios años antes, el editor de La Ilustración Argentina se refería a su «largo viaje por la Europa» que también forma parte de una construcción imaginaria, tal vez para agrandar la figura de esa nueva colaboradora que iba a integrar «el corto número de nuestras celebridades femeninas, en la carrera literaria»12.
En los relatos de viaje sobre los cuales trabajamos se narra la historia de su periplo desde Brasil hasta la Costa Este de los Estados Unidos, el paso a Cuba y el regreso a Río de Janeiro, en un lapso de casi tres años (desde abril de 1846 hasta diciembre de 1848):
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El denominado «Manuscrito de la madre», redactado en Cuba a comienzos de 1847según infiere VyA, que lo incluye como apéndice 2 de su libro13.
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«Recordaçoes de viagem», Jornal das Senhoras, n°9, 29/2/1852.
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«Recordaçoes de viagem. O general Thomas Polegada e Ritinha a Cubana», Jornal…, n°13, 27/3/1852.
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«Recordações de viagem. Casa de Refúgio para os meninos e meninas pobres no estado da Pensilvânia»,Jornal…, n°14, 4/4/1852.
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«A Penitenciaria. Recordaçoes de viagem», Jornal…,n°18, 2/5/1852.
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«Recuerdos de viaje", La Ilustración Argentina, 2ª época, n°4, 1/1/ 1854; firmados J.P.M. de Noronha, con la indicación: Extractado de La Prensa de Río Grande y refundido por la autora.
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«Los baños de Cap-May», Álbum de Señoritas, n°4, 22/1/1854.
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«Al cruzar la equinoccial», Álbum…, n°5, 29/1/1854.
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«Casa de refugio en el estado de Pensilvania», Álbum…, n°6, 5/2/1854.
Un texto posterior («Recuerdos del Brasil»), también incluido como apéndice en el libro de VyA, corresponde más bien a la literatura autobiográfica. Publicado una década después del regreso definitivo de Juana a Buenos Aires en las páginas del Inválido Argentino (1868) registra las emociones vividas en el país que le diera asilo, el lugar de su enamoramiento y su separación, la casa familiar, la muerte del padre. Un texto elegiaco que anuncia también la pérdida, o más bien el abandono, de la vocación poética de Manso –entendida en su sentido más amplio: como creadora de una obra literaria, narrativa, lírica, emotiva y llena de imaginación. Si alguna vez retoma la escritura de ficción es para ofrecer una nueva versión de sus Misterios del Plata, cuya fervorosa prédica antirrosista parece haber perdido sentido en 1868; por lo tanto, el final anticipado del Inválido Argentino, donde se publicaba como folletín bajo el título de Guerras civiles del Río de la Plata, provoca también la prematura conclusión de la novela, que –varias veces reescrita, intervenida y reformulada– hasta la fecha no ha alcanzado una versión autorizada y definitiva.
Lo íntimo y lo público
Los textos arriba enumerados en orden cronológico ofrecen varias perspectivas de análisis. En primer lugar, adelantamos, la versión no destinada a la publicación
–el Manuscrito de la madre, redactado en forma de diario–, escrita desde la subjetividad de la mujer que comparte las decepciones de su pareja y registra las ingratas experiencias vividas día por día, a lo largo de 18 meses, presenta una imagen muy crítica de los Estados Unidos, con duros señalamientos a los defectos de sus habitantes14. En cambio, los artículos periodísticos, donde asume el lugar de una observadora objetiva, revelan su capacidad para amoldarse a las demandas de la prensa al ofrecer una inteligente selección de temas que pueden atraer al público lector, alternando los trazos costumbristas y festivos (Baños de Cap-May, fiestas de San Juan en Puerto Príncipe) con la descripción de instituciones de Estados Unidos que deberían servir de modelo a los países latinoamericanos (la penitenciaría, el asilo de niños).
Cabe observar el lugar que ocupan estos artículos de viajes en las dos publicaciones creadas por Juana (Joanna, en el semanario brasileño): el Jornal das Senhoras, que dirige desde su fundación, en enero de 1852, hasta su renuncia en el mes de julio, seis meses después; y el Álbum de Señoritas (1854), su primer y fugaz emprendimiento al regresar a Buenos Aires. Junto con sus trabajos más conceptuales sobre la emancipación de la mujer o la educación femenina, se presentan estos textos amenos y ligeros, que revelan sus condiciones de periodista. Las descripciones pintorescas se alternan con breves anécdotas, episodios de la historia del lugar, reflexiones sobre la condición de sus habitantes, comparaciones entre la cultura anglosajona y la de América del Sur. Costumbrismo y crítica social van de la mano en relatos como el de los baños de Cap-May, una experiencia de empleo del ocio inédita para su mentalidad hispánica.
Dos de sus crónicas de viaje aparecen replicadas, con modificaciones, en la versión brasileña y la argentina: las fiestas en Puerto Príncipe (Cuba)15 y el asilo de niños en Pensylvania16. Las demás aparecen en una sola versión, ya sea en el Jornal, ya en el Álbum. Todas ellas fueron publicadas entre cuatro y ocho años después de realizado el viaje. La distancia temporal –y las experiencias vividas en el transcurso de esos años– explican el distinto punto de vista y las valoraciones vertidas en los artículos destinados a la prensa, que no coinciden con las notas del Diario redactado durante el viaje.
Trayectos y reescrituras
Si bien siempre resulta aventurado asignar el primer lugar a un proyecto, una personalidad, un itinerario, tal vez no lo sea con exceso en este caso al destacar la iniciativa pionera de Juana Manso en su traslado al hemisferio norte. En el relato de Juana sobre su estadía en los Estados Unidos –limitada a las ciudades más importantes de la Costa Este, Filadelfia y Nueva York– y en la isla de Cuba, es posible asomarse a una personalidad inquieta y atenta a las novedades. A lo largo de casi tres años Juana observa, analiza, incorpora las experiencias de dos culturas tan diversas como la del país moderno y en pleno desarrollo que constituyen los jóvenes Estados Unidos, y la de otro país, Cuba, todavía bajo la dominación española, pero al que la vinculan el idioma, una historia común, una sensibilidad donde se aprecian los gestos de homenaje y de amistad y se disfrutan los rituales de la fiesta popular.
Llama la atención en el texto de Manso la falta total de referencias a la vida política de los Estados Unidos, en un momento en que su avance expansionista lo convierte en invasor de México y apropiador de gran parte de su territorio. Parecería que solo convocaran su atención los problemas que puede confrontar con los de su país –civilización vs. barbarie, población vs. desierto, prolijos cultivos del campesino yankee vs. vida ociosa y miserable del gaucho de su tierra. Es elocuente el pasaje del viaje en ferrocarril desde Camden a Nueva York:
Para quien como yo […] atravesó las distintas llanuras del Plata en ambas márgenes, habituada a pasar veinte y cuarenta leguas sin ver más que las ramas parduzcas del cardo, y allá a lo lejos un rancho casi en ruinas donde yacen medio desnudos y salvajes una familia de gauchos que se esconden avergonzados de la vista del viajero; sucios y desmelenados sin más cama que un catre de cuero, algunas cabezas de animales muertos, por asiento, y la miseria más completa; debía hacerme una doble impresión sobre el suelo mismo de América, las risueñas cabañas […], los campesinos, bien vestidos, robustos y contentos17.
También parece invisible a sus ojos la dura realidad de la esclavitud, por más que pocos años después, en carta a Sarmiento, se defina como «antiesclavista y negrófila», y su novela La Familia del Comendador, publicada en folletín en el Álbum de Señoritas al mismo tiempo que sus artículos de viaje, sea considerada por la prensa de la época como una versión latinoamericana de La Cabaña del Tío Tom18. Y el trabajo infantil, que registra durante su viaje en tren a Nueva York, es presentado con simpáticos tintes, elogiando el espíritu mercantil de esos menores que saltan de vagón en vagón ofreciendo su mercancía:
Cada vez que los carros se detienen una multitud de niños de ambos sexos asaltan el tren con sus cestas de bollos, limpios y gustosos, con los periódicos que ellos obtienen en el tren antecedente y con multitud de cosas y baratijas que pregonan y procuran vender con ese espíritu esencialmente mercantil peculiar a los americanos19.
En el Manuscrito de la Madre, la representación del viaje por la Costa Este de los Estados Unidos se concentra en gran parte en los recorridos urbanos por hoteles y casas de huéspedes cada vez más precarios, hasta llegar al embargo de sus equipajes por falta de pago. Sin embargo, el relato ofrece también un panorama de los lugares visitados en ese peregrinaje de decepciones. La viajera alza la vista, observa y compara: la sorpresa cultural es el hecho central que define al relato de viajes20.
Tres son los lugares que visita y describe Manso durante los 18 meses de su estadía en los Estados Unidos: Filadelfia, Nueva York y Cap-May (un balneario a orillas del Delaware).
Entre los tópicos que Juana incorpora en su relato, la vida de hotel como un universo donde las familias se instalan durante décadas ya había sido descrita y satirizada pocos años antes por Dickens en su novela Martin Chuzzlewitt (1844). En todos los ámbitos de sociabilidad, la falta de modales –entre ellos, la costumbre de mascar tabaco, escupir en el suelo, poner los pies sobre la mesa, etc.– sorprenden e irritan a los viajeros. También registran la existencia de una «Sociedad de la Temperancia (o exborrachos)» –traduce, filosa, Juana21 y de las rigurosas normas del gobierno para controlar, mediante los elevados precios de las bebidas, el desmedido consumo de alcohol. Las costumbres del público en los teatros de Norteamérica, acota Manso, son inferiores a la de cualquier plaza de toros, «por ordinaria que sea». Todo lo que sea noble, elevado, desinteresado, les resulta ajeno, afirma. La religión es un ritual sin contenido:
Los americanos son hipócritas y se burlan de lo mismo que respetan ante la comunidad; entre ellos o un fanatismo ciego o el cinismo más resaltante (sic); el domingo todo se cierra […]; los americanos aturdidos el resto de la semana con sus «business» aprovechan del silencio y de la calma del domingo para calcular mejor una bancarrota, la falsificación de una letra de cambio, la colocación de unos fondos o cómo se apropiarán los ajenos si se los dieran a manejar22.
En contraste con el retrato moral de este pueblo Manso registra con admiración las novedades técnicas en las que «los americanos» se encuentran a años luz de América del Sur. La más visible para el viajero: los medios de transporte movidos por el vapor –el barco y el ferrocarril (el carro de vapor que marcha por el camino de hierro). Frente a estas innovaciones desaparece el pesimismo, y la viajera hace reflexiones que trascienden el agrado ante la comodidad de lo inmediato para ilusionarse con una globalización del Progreso, en términos muy similares a los que emplea Sarmiento, en esos mismos días, en su viaje en tren desde el Havre hacia París. Escribe Juana:
La mañana del 7 de abril llegó clara y hermosa; y nosotros nos dirigimos a la orilla del Delaware para atravesarlo en el vapor y tomar en Cauden [errata por Camden] el carro de vapor también por el camino de hierro. ¡Cuán diverso del de Sud América es el aspecto de estos países! ¡Allá la guerra, el degüello, la ruina! Aquí la paz, la industria, el movimiento diario: la multitud de viajeros que cruzan los Estados Unidos en todas direcciones es extraordinaria, porque la facilidad, la rapidez y lo barato de los viajes ponen a las poblaciones más lejanas en contacto unas con otras23.
El «espíritu esencialmente mercantil peculiar a los americanos» produce «maravillas»: regiones ampliamente pobladas, tránsito incesante de personas y mercaderías, obstáculos naturales vencidos por «la industriosa actividad del americano del Norte».
El asombro se convierte en aturdimiento al llegar a Nueva York, esa torre de Babel a la que se representa a través del ruido, el movimiento de la multitud, la confusión, el laberinto… y también la precaución de «huir de los encontrones de propósito en que se arrebata el reloj o se introduce la mano en un bolsillo»24. Otra vez, el deslumbramiento frente a la gran ciudad, para quien llega –como recuerda Juana– de lugares como Recife o Pernambuco, merece leerse en paralelo con la maravillada descripción que el provinciano Sarmiento traza del vertiginoso tránsito de París.
Juana no parece atenta a los edificios que ya distinguen a Nueva York como una ciudad en permanente construcción. En cambio, procedente de ciudades escasamente pobladas –Buenos Aires, Montevideo–, destaca una y otra vez el movimiento de las calles en perpetua actividad («ómnibus en todas direcciones, gentes a pie, a caballo, en toda su extensión cruzan a Broadway, más bien más que menos, como sesenta mil transeúntes, señoras y hombres, niños y viejos, gentes de todas calidades y colores»25). Y registra también el número y la calidad de los establecimientos mercantiles que allí se instalan («tiendas de modas, sastrerías, quincallerías, casas de refresco, etc.»). Fascinación de la gran ciudad, que ella no volverá a vivir: Buenos Aires, la Gran Aldea a la que regresa pocos años más tarde, tardará varias décadas en alcanzar ese movimiento.
Frente a las imágenes vertidas en el ámbito de lo íntimo, donde el matiz que predomina es su autorrepresentación de mujer solitaria que observa, dolida y críticamente, una realidad que la excluye, las notas que registra para la prensa –tomadas de su diario de viaje, como especifica en el Jornal26– ofrecen una perspectiva distinta. En su visita a la Casa de refugio del estado de Pensilvania forma parte del grupo de hispanoamericanos que ingresan dotados de una invitación y son recibidos por el director del Asilo.
Habilitados de la competente tarjeta de admisión (Ticket) nos presentamos una tarde a las puertas de la casa de refugio. Éramos una reunión de americanos de todos los puntos de América española, había los de Cuba y Puerto Rico, de Costa Firme, de México, de Chile y del Río de la Plata. El Sr. Augusto Merino tenía la bondad de servirnos de cicerone27.
Las reflexiones que le despiertan los recorridos por la penitenciaría y el asilo de niños constituyen un elogio a la ética de trabajo y educación que vertebran el programa de esas instituciones, y por extensión, de todo el país: «Aquella tierra es avara de la inteligencia de sus hijos, y es la inteligencia una planta que donde aparece, se cultiva con esmero, rodeándola de toda la protección necesaria para su desarrollo y buen suceso de sus frutos»28.
Y al recorrer la penitenciaría se pregunta:
Como estes paizes, que ainda não contão um século de existência política, poderão morigerar-se, instruir-se, e adiantar-se a este ponto, eu não sei!… acostumada á luta imoral e sanguinolenta, á luta fratricida do meu paiz, admiro me de quanto vejo! Pasmo de um sentimento de emulação que faz crescer-me o desejo de ter um poder onipotente, para transportar estes melhoramentos todos para lá… onde empenhados em lutas mesquinhas, expedição o tempo è se afastão cada vez mais da civilização!29.
Si en el Manuscrito había afirmado que la religión entre los yankees era solo fanatismo e hipocresía, en la visita a la cárcel valora la función de la religión para morigerar las conductas de los detenidos: «O preso trabalha desde seis horas da manhã até seis da tarde– está constantemente ocupado, a exempção do domingo que é consagrado á leitura religiosa» (ibid.)30. Entre la escasa lectura que se les proporciona, destaca el lugar que ocupa la Biblia: [En la celda] «havia uma pequena mesa de trabalho, uma prateleira contendo objetos de uso e tres livros –a Biblia, um tratado de Álgebra e um livro de Artes Manufactureiras»31. La trilogía sintetiza elocuentemente la orientación de estas instituciones.
En un original abordaje a los artículos de Manso destinados a entretener al público femenino, señala María Vicens:
Se podría decir que, porque quiere ser una escritora reconocida y valorada, Manso se adentra en el mundo de lo juguetón y lo frívolo; sabe que, sin lectoras que la sigan y la lean, sus proyectos periodísticos y autorales son inviables y es la diversión el camino más directo para seducirlas. Así, la premisa de entretener para ilustrar se presenta como una de las características más importantes de sus periódicos32.
Esta faceta queda bien representada en artículos como «Los baños de Cap-May». La mirada atenta de la autora registra varios atisbos de una modernidad incipiente: el ocio de vacaciones, el viaje de recreo, el balneario, «las casillas de madera y tiendas de lona para desnudarse con comodidad» y revestirse del atuendo especial para los bañistas –con referencia a los atavíos especiales de los hombres («botas de goma elástica, pantalón y camisa de bayeta, sombrero de hule y una faja salva-vida en la cintura»33. (No hay mención a las costumbres y atuendos de las damas en la playa). Los paseos a pie o en carruaje a orillas del mar, las fiestas ininterrumpidas, fuegos de artificio, bailes, conciertos, «mesas monstruosas de cien cubiertos» reiteradas a lo largo del día contribuyen a distraer «el ánimo más preocupado y melancólico» –acota Manso, hablando «por experiencia». Como parte de esta diversión, hombres y mujeres –por separado– compiten en el juego de bolos, en el que Juana se destaca:
Al principio la mala semilla de mis preocupaciones españolas se oponía a que tomase parte en aquel juego, pero el ejemplo me arrastró porque ya principiaba a despojarme de todas esas ideas falsas bebidas en la fuente de la ignorancia. Jugué tanto y tan bien que me hice remarcable entre mis compañeras de los baños que me daban siempre la preferencia del primer lugar34 (cursivas nuestras).
Su crónica registra una tendencia aun no conocida en Sud América, pero difundida en Europa desde finales del siglo XVIII: las vacaciones a la orilla del mar de las clases decentes, conformando una tradición que ficcionalizan, entre otras, las novelas de Jane Austen y Dickens. Manso también releva lo que será un tema productivo para los novelistas del XIX, esta vez en el registro de sátira social: las falsas vacaciones.
Es una cosa indispensable en los Estados Unidos el ir a los baños o al campo en el verano. Llega a tal punto la monomanía que aquellos cuyas economías no alcanzan al deseado viaje a los baños, echan la voz de que van al campo, y a veces no salen de la misma ciudad, pasando un par de semanas de encierro en alguno de los Boarding Houses de los barrios retirados o de los arrabales de la ciudad, donde la sociedad no es muy fashionable y donde no se vive con grandes lujos, solo para no quedar en un punto ridículo35.
En esta serie destinada a entretener a sus lectoras con el relato de costumbres festivas y en algunos casos todavía exóticas para Sudamérica, desde nuestra lectura actual encontramos una nota discordante en el episodio y, sobre todo, en la perspectiva con que relata el caso de un personaje célebre por las mínimas dimensiones de su cuerpo: Tom Pouce (Tomás Pulgada, traduce Manso), un liliputiense exhibido en los salones de Nueva York y de La Habana como un fenómeno que contribuye a engrosar el patrimonio de su agente, y el suyo propio36 y al que Juana tiene el placer de conocer una noche de invierno de 1846. El homeopático personaje canta, baila y toca el piano –un piano diminuto obsequiado nada menos que por la Reina Victoria– antes de bajar del estrado para vender a los asistentes su retrato y su biografía, mientras reparte besos entre sus admiradoras37.
Juana no deja de aportar una mirada crítica frente a estas exhibiciones, no conocidas aún, dice con un dejo de ironía, en el venturoso hemisferio del Sur, donde «estamos ainda um tanto á retaguarda do movimiento de civilisaçao do seculo; por isso o artigo –Exposição Publica– é planta exótica e desconhecida»38. Sin embargo, tal vez llevada por el festivo espíritu que rodea esas exhibiciones, relata humorísticamente la desdichada historia del romance frustrado entre Tom Pouce y Ritiña la Cubana, una jovencita de similares dimensiones a quien la familia mantenía escondida como objeto de oprobio, hasta que, al descubrirla, el hábil agente planea el matrimonio de los dos, que le asegurarían giras aún más redituables. Sin embargo, a último momento, los padres niegan a la enamorada la posibilidad de casarse con el fenómeno norteamericano, ante el temor de ver transformados en hormigas a sus descendientes (sic). «Eis ahi o desfecho dos amores do general Thomas Polegada e Ritinha a Cubana»39, concluye Juana, en un remate que, se supone, despertará sonrisas en las lectoras. ¿Una concesión a la sensibilidad de la época y del medio?40
En Cuba: Viaje pintoresco entre contradanzas y habaneras
El artículo «Recuerdos de viaje» se publica en el semanario dirigido por el periodista español Benito Hortelano. Tal vez eso explique los reiterados elogios de Manso a la «franca alegría española» con que se recibe en Cuba a los visitantes; a la elegante goleta La Antilla construida en Cádiz y graciosa «como sus coterráneas las gaditanas»; la colorida referencia al estandarte español que «ondula al soplo de la brisa matutina» sobre las almenas de los castillos del Morro y la Cabaña. Más aun, que las inexcusables referencias al dominio colonial sobre la isla –donde pocos años antes se había reprimido duramente la Conspiración de la Escalera (1844)– se vean contrapesadas por consideraciones positivas hacia su sociedad: «La Isla de Cuba, sujeta al dominio español, gobernada por el más absoluto y adusto despotismo militar, abriga empero gérmenes generosos en el seno de su sociedad, y existen teorías de civilización que allí son verdades recibidas y de uso establecido41.
El artículo, cuyo tono ligero y animado lo relaciona con el de los baños de Cap-May, se inserta en la tradición de los relatos de viaje centrados en una costumbre o una festividad –en este caso, la fiesta de San Juan, el 24 de junio, en la ciudad de Puerto Príncipe (Camagüey). No está de más recordar que, en esos años, la isla de Cuba se encontraba bastante alejada del itinerario y del imaginario de los viajeros sudamericanos, por razones geográficas, históricas y culturales. Cabe por eso destacar lo pionero de la experiencia de Juana, así como la invitación al viaje que dirige a sus compatriotas:
Si alguna vez os da la fantasía de visitar la célebre isla de Cuba, conocer la Habana, cuyos cigarros son el distintivo del leonismo42, cuyo azúcar no tiene rival en el mundo y cuyos bosques no encierran un solo reptil venenoso, visitad también todos los pueblos de esa linda isla: Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos, Trinidad, Santiago de Cuba, San Juan de los Remedios, &…43.
Por referencias dispersas en otros textos es posible reconstruir la estadía de Juana y su familia en Cuba: aceptado el fracaso de sus ilusiones en los Estados Unidos, se trasladan a la isla en octubre de 1847. Allí serán recompensados de los sinsabores del mundo anglosajón: Noronha ve reconocido su arte, se rodean de amigos y mecenas –que, éstos sí, cumplen sus promesas de promover sus conciertos–, y nace su hija Erminia (marzo de 1848) en condiciones menos precarias que Eulalia, la niña norteamericana: «Dejábamos en La Habana [al partir hacia el interior de la isla, hacia Puerto Príncipe44] algunos amigos, entusiastas por el artista errante, y esos amigos nos habían tejido coronas, y nos habían llevado en triunfo hasta el seno de su sociedad»45.
El viaje a Puerto Príncipe tiene para los Noronha un objetivo laboral: el violinista podrá hacer escuchar su instrumento y sus composiciones, con el consiguiente rédito económico. Pero, lejos de hacer referencia a ese objetivo que necesariamente debió condicionar la experiencia familiar, el relato de Juana es el de una viajera abierta al goce, a la gratuidad del placer, a la contemplación de los tópicos ya acuñados por la tradición romántica: el mar azul, los ágiles veleros, la voz sorda y fatídica de la tempestad. Y se representa a sí misma, ya sea en una ensoñación evocadora, contemplando la luminosa bahía de La Habana con la mano en la barandilla del clipper, ya en una escena que resume la felicidad de un momento excepcional: en la noche de San Juan, paseando en quitrín por las calles de Puerto Príncipe con su esposo, «cada uno con una chiquilla en las faldas», mientras la orquesta los agasaja tocando las contradanzas compuestas por Noronha: la Paula y la Principeña.
Si el paisaje marítimo despierta los elogios de Manso, la traza urbana, la construcción de las casas, el arreglo de las calles, es objeto de su crítica. Las ciudades mantienen la fisonomía y las costumbres coloniales tan familiares a la viajera por sus años en Buenos Aires, Montevideo o Río de Janeiro. Sin embargo, el hecho de que caigan bajo la lente de su observación marca la sorpresa, el extrañamiento en que se ubica quien no en vano ha pasado ya muchos meses en las civilizadas Filadelfia o Nueva York:
Todas las ciudades de la isla tienen un aspecto triste, las casas son sumamente antiguas, jamás una fachada a la inglesa, ni ventanas modernas, ni persianas […]. Las calles no están empedradas y apenas hay unas estrechas veredas de ladrillo: en Puerto Príncipe no hay alumbrado público: en las noches oscuras, cada vecino cuelga un farol en el arco de la puerta de la calle, donde se reúne la sociedad, y conversa hasta las diez46.
Pero si habitualmente «la fisonomía de Puerto Príncipe es monótona» (ibid.), hay una época en el año «en que trueca el sosiego de su existencia por una especie de frenesí, el más original posible»: es lo que se llama correr el San Juan. Es la ciudad que no duerme, el carnaval perpetuo, los disfraces alegóricos, las serenatas, el baile en las casas y en las calles, las mascaradas, el humor en sus distintos matices y, sobre todo, la música en todas sus formas. El cronotopo de la fiesta condensa los valores de la cultura caribeña47: «Durante el San Juan nadie piensa en dormir; de día y de noche se pasea, se baila, se viste de máscara; bailes, serenatas y chascos, todo es permitido, no hay noche ni día, ni las casas se cierran un instante […] Asistimos a todos los bailes, y recibimos serenata todas las noches48.
No hay registro de los meses posteriores ni de las razones por las cuales, en diciembre de ese mismo año de 1848, emprenden el regreso a Río de Janeiro49. ¿Es más seguro el sustento en un lugar conocido? ¿Las redes familiares –la madre y la hermana de Juana– contribuirán para la necesaria ayuda con las niñas? ¿Dificultades de pareja, que concluirán con el alejamiento de Noronha poco tiempo después?
Lo cierto es que el año vivido en Cuba será recordado por la escritora por los afectos reunidos y por la reparación de los daños sufridos entre los ásperos e inhumanos norteamericanos: «Viví en la isla de Cuba un año; […] allá había recobrado mi alegría», diría muchos años más tarde para El Inválido Argentino50.
El viaje y la escritura
A lo largo de dos décadas, entonces, entre sus 20 y sus 40 años, la historia de Juana Manso transcurre entre distintas geografías: desde el exilio en Montevideo (1840) hasta su regreso definitivo a Buenos Aires (1859), la peregrina recorre varios países. Sobre tres de ellos (Brasil, Estados Unidos, Cuba) escribe notas de viaje. Un viaje que deja marcas en su vida: sus dos hijas nacen lejos de su país –el propio y el de adopción.
Viaje y escritura: en estos dos campos, Juana se revela con un perfil muy diferente. Si en el viaje narrado como confesión de lo íntimo se presenta en su papel de acompañante, silenciosa y dolida, cuando se asume como autora para narrar en la prensa algunos episodios de ese viaje en tantos aspectos fundacional se planta desde una voz que poco deja traslucir de los momentos ingratos que conocemos por el Manuscrito de la Madre.
En este sentido, su viaje es un viaje de conocimiento y de autoconocimiento. En la escritura encuentra el lugar para construir identidad: ella es el sujeto, la femme auteur que toma la palabra. Y para estas notas de los periódicos que funda en Río y en Buenos Aires revisa, reformula, reescribe sus experiencias de viajera lúcida, informada, crítica. En una comparación inevitable con su contemporánea Gorriti –instalada en el registro del Yo sufriente y heroico–, Manso ofrece una mirada que asocia la experiencia personal con la reflexión sobre los males de su patria y los modelos que deberían proponerse para la construcción de la nación. Su inicial perspectiva muy crítica sobre el Gigante del Norte va a transformarse en admiración por sus valores –los valores de la civilización– contraponiéndolos con los males de su propio país. Mucho antes de entablar su relación con Sarmiento –cuyo viaje a Estados Unidos (1847) lo llevará a proponerlos como el modelo para América del Sur– las notas que publica Juana dan cuenta de este pensamiento original. (Cabe señalar que esa admiración la lleva a veces a generalizaciones de difícil sustento: «No creemos que haya una sociedad mejor equilibrada, ni donde la condición material del pueblo y de los pobres sea mejor»51).
Todo viajero, se ha dicho, elige un mirador desde donde contempla el espacio desconocido, ajeno a su experiencia. En sus primeros días, en Filadelfia, Juana se representa a sí misma en una escena que resulta simbólica: sola, desde la ventana de la pensión hostil, observa ávidamente lo que pasa por la calle, hombres, niños y mujeres52. No es ésa, en cambio, la imagen que se desprende de sus crónicas, donde se muestra como partícipe de una activa vida social: en compañía de otros viajeros latinoamericanos visita el asilo de niños; en la Sociedad Filarmónica asiste a los conciertos del célebre pianista Leopoldo de Meyer53; es celebrada por sus destrezas en el juego de bolos en el balneario de Cap-May; y en la noche de Puerto Príncipe recorre dichosa en su quitrín las populosas calles de la ciudad en fiesta que los agasaja con música de habaneras.
La viajera ha dado el salto: del mirador solitario desde el cual observaba, paciente y pasiva, hacia el mundo que la convoca del otro lado de la ventana, el mundo de lo público, donde hará oír su voz a través del periodismo.
Una reflexión final
La obra de Juana Manso como cronista de viajes se limita a unos pocos años, entre 1852 y 185454, cuando son muy recientes sus recuerdos de la experiencia vivida. Cabe preguntarse por la razón de esa producción acotada, teniendo en cuenta los muchos temas que podría haber incorporado a su producción (como ejemplo, las funciones teatrales y operísticas a las que asistió tanto en Estados Unidos como en Cuba, y de las cuales hace una mención sesgada en otros textos55). Las razones podrían multiplicarse: en julio de 1852 abandona la dirección del Jornal das Senhoras, donde publicaba mes a mes esas crónicas; la vida efímera (solo ocho números) del Álbum de Señoritas tampoco le permite continuar su producción en este género; la necesidad de mantener a sus hijas, después de la separación con Norohna, la lleva a concentrarse en el trabajo docente.
Sin embargo, más que a esos factores, que podríamos considerar coyunturales y salvables –nunca dejó de escribir para los Anales de la Educación Común, que dirigió hasta su muerte–, proponemos otra razón más de fondo y más definitiva: este alejamiento de un registro literario que desarrolla con las cualidades de una gran cronista está vinculado con la opción a la que la lleva la guía de su maestro Sarmiento –consagrar el resto de sus días a la grande obra de la educación. Una renuncia a la escritura literaria, que ella misma terminará por suscribir, no sin nostalgia: «Para atenuar el hastío que suele visitarme en la inacción a que me reduce la costumbre, por pasatiempo reproduzco en folletín una novelita original de los tiempos en que yo escribía dramas y novelas en el Brasil por el año 52»56. Y recordando un momento vivido en ese país: «Ese día yo trazaba, así sin querer, algunas líneas, estaba triste, he ahí lo que yo escribía (en ese tiempo aun tenía la pretensión de hacer versos)»57 (cursivas nuestras).
Al concluir estas notas sobre el itinerario de una escritura que quedó obturada, se nos aparecen dos imágenes que, con la elocuencia de las palabras, en un caso, y la contundencia del documento visual, en otro, nos ofrecen el retrato de Juana Manso en dos momentos de su trayectoria: en primer lugar, su evocación de aquella mujer feliz, la porteña deslumbrada por el trópico y el ritmo caribeño; y la fotografía de esa misma mujer que años más tarde, en Buenos Aires, nos mira desde la carte de visite58, triste, descuidada, envejecida.