Un año separa la creación de los dos diarios que lideraron la modernización del campo periodístico argentino de finales del siglo XIX: La Prensa, fundado por el general José C. Paz, salió por primera vez a la calle en 1869, mientras que La Nación, esa “tribuna de opinión” (así se autodefinía) ideada por el expresidente Bartolomé Mitre, empezó a publicarse en 1870. Ambos se caracterizaron, como señala Claudia Román, por un perfil editorial que tomaba distancia del debate faccioso, sin por eso dejar de intervenir en la arena política, y una serie de innovaciones tecnológicas que abarataron los costos de producción y reforzaron sus vínculos trasatlánticos1. La adopción del telégrafo y la ampliación de espacio de la página a los temas internacionales dinamizaron estos proyectos de modernización a tono con una tendencia generalizada de la prensa latinoamericana que, según destaca Julio Ramos, hacia 1880 redefinió su rol frente a la consolidación de los estados nacionales y pasó a ser, de “dispositivo pedagógico fundamental para la formación de la ciudadanía”, a intermediario entre el capital extranjero y los grupos comerciales locales2. Así, La Prensa y La Nación actuaron como guías para el público argentino en ese espacio trasatlántico que se expandía al ritmo de la integración del país a la lógica del mercado internacional, la política inmigratoria impulsada por el estado nacional y la resignificación de las relaciones entre España y los países americanos, especialmente después de la guerra de 1898 en Cuba3.
Ante este clima cosmopolita, la corresponsalía de ultramar adquirió una relevancia inusitada: caracterizada por su diversidad temática y por un tono que apelaba a establecer un pacto de confianza con los/as lectores/as (no es casual la alusión recurrente al género epistolar en los títulos de estas secciones), fue una sección clave para fortalecer los vínculos trasnacionales de la Argentina desde el espacio del periódico. Gracias a su carácter testimonial y al pacto de lectura establecido con el público, las corresponsalías no solo informan y explican aquellos sucesos políticos y culturales que ocurren a cientos de kilómetros de distancia pero afectan el contexto local, sino que trazan imaginarios, operando como puentes culturales. En el caso español, esta dimensión tuvo una importancia vital dentro de los procesos religatorios que se desarrollaron entre este país y la Argentina en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX4. El hecho de que Pilar Sinués de Marco y Emilia Pardo Bazán desempeñaran este rol en La Prensa y La Nación es un aspecto sumamente significativo a la hora de analizar cómo se afianzó la figura de la escritora en la Argentina finisecular, tanto por la influencia que su impronta profesional ejerció sobre las mujeres de letras que en ese tiempo empezaban a escribir en la prensa local, como por los diversos modos en que ambas aprovecharon ese ámbito para promoverse como mediadoras culturales y retratar a una España en proceso de modernización para el público argentino.
Pese a las notables diferencias que, como se analizará a lo largo de este artículo, Sinués de Marco y Pardo Bazán presentan en los discursos, estéticas y ámbitos elegidos para construir sus trayectorias autorales, ambas coincidieron en ese novedoso rol periodístico, que además las distinguió del modo en que sus colegas participaron en la coyuntura local. Varias escritoras españolas (como Emilia Serrano de Wilson y Concepción Gimeno de Flaquer, entre otras) fueron asiduas colaboradoras en la prensa argentina de la época, especialmente en los periódicos literarios destinados al público femenino, pero solo Sinués de Marco y Pardo Bazán accedieron a una sección que les daba la libertad de moverse por diversos aspectos de la vida contemporánea (modas, teatros, eventos de la corte, conflictos políticos y diplomáticos, problemas sociales y económicos) y de reforzar, a partir de ese espacio de la página, un vínculo con quienes también eran lectores/as potenciales de sus libros5. En este sentido, aquella experiencia que en el caso de Sinués de Marco asoma tempranamente y por un breve período de tiempo –“Cartas europeas” se publicó de manera discontinua en La Prensa entre 1875 y 1876– se convirtió en el caso de Pardo Bazán en un palco desde el cual la escritora fue una testigo privilegiada de su tiempo y una cronista de los debates estético-políticos que atravesaron el campo cultural hispanoamericano en las primeras décadas del siglo XX.
De la domesticidad a la geopolítica
Pilar Sinués de Marco fue una de las más prolíficas escritoras isabelinas: tanto sus proyectos periodísticos como las más de cien novelas que publicó a lo largo de su vida circularon profusamente, consolidando su carrera profesional, de la mano de un discurso didáctico-moral centrado en la domesticidad6. Esta popularidad fue de tal magnitud que superó con creces las fronteras de España, expandiéndose por la prensa de diversos países latinoamericanos como la Argentina, sobre todo en los periódicos para mujeres como La Ondina del Plata o La Alborada Literaria del Plata7. Basta hojear las páginas de estas publicaciones para notar las temáticas más recurrentes en la obra de la escritora y el modo en que dirigía a sus lectoras: en estos textos Sinués de Marco asume un rol de consejera que enseña las bases de un deber ser femenino tradicional centrado en la inocencia, la dulzura, la sencillez y la modestia. En “Las armas de la mujer”, por ejemplo, destaca que los principales recursos de las mujeres para la “defensa de nuestros derechos y de nuestro bienestar” son la resignación y la coquetería (“primoroso juguete cuyo resplandor atrae y seduce”, siempre y cuando se atenga a los límites de lo conveniente y virtuoso), y en este contexto afirma:
Habrá quien comprenda y ame á la mujer fuerte y enérgica, y yo siento no ser de ese número para amar de otro modo nuevo á la mujer; más aún cuando la voy á buscar para admirarla al campo del pasado y entre las páginas de la historia, admiro más á la mártir de las oscuras penas del hogar doméstico que á las heroínas como Juana de Arco y la Monja Alférez.
Bastantes hombres hay que derraman la sangre de sus semejantes.
A las mujeres toca, no herir sino rezar, amar y bendecir8.
Promover esta subjetividad femenina católica y tradicional –que se opone, a su vez, a atributos “masculinos”, como la fuerza, la ambición y la racionalidad– es, según la escritora, la mejor manera de combatir los peligros de la vida moderna, entre ellos, el lujo que “hiere, ofende, despierta la envidia y ocasiona la crítica y la maledicencia”9. Esta será la posición que, por lo general, se recupere de la escritora en el universo textual que construyeron los periódicos para mujeres porteñas, los cuales, lejos de cristalizar discursos unívocos, discutieron intensamente en torno a la emancipación femenina y la figura de la escritora. En este contexto de debates, algunas de las escritoras argentinas más jóvenes, que reivindicaban el hogar como ámbito privilegiado de la mujer al mismo tiempo que defendían su derecho a escribir, encontraron en Sinués de Marco una referente. Por eso, a la hora de oponerse a la emancipación femenina, Josefina Pelliza de Sagasta, por ejemplo, no dudaría recurrir a los textos de la española:
Pero oigamos la palabra autorizada de la sublime escritora española María del Pilar Sinués de Marco–habla ella: “¡Jamás habrá esposo para la mujer emancipada ora se considere su emancipación como un sueño de imaginaciones enfermas, ora se imponga á la sociedad como ley! ¿Qué hombre querría ver educar á sus hijas para pedagogos, y á sus hijos para nulidad? ¿Qué hombre declinaría así los sagrados derechos de la naturaleza? ¿Qué ocupación honrosa quedaría al hombre en su hogar, si la esposa manejaba los negocios y disponía de los haberes? ¡Bah bah! ¿Hay mas que abolir el matrimonio? Entonces la emancipación es una monstruosidad á que muy pocas mujeres querrían avenirse: quedarían los hogares sin calor –y sin luz porque no habría esposas ni madres. […] Ama, dijo en Eva á la mujer en general; ¡consuela al hombre; hazle más llevadero mi castigo! síguelo donde quiera que vaya! con la ciencia el corazón se petrifica y se vive sin amor!… ¡Sin amor! la redención, el consuelo, la fuerza y el cielo en la tierra de la mujer.”
Hasta aquí la inspirada autora de el “Ángel del Hogar”10.
A partir de este tipo de citas y alusiones, y gracias a la amplia circulación de sus textos ensayísticos –sobre todo los publicados en El Álbum del Hogar (1864-1869)– en la prensa porteña para el público femenino, Sinués de Marco operó como una figura de autoridad a la que se recurría sistemáticamente para atacar la emancipación y reforzar las advertencias ante las tentaciones de la moda, los bailes y la vida mundana en general. Así lo muestra el amplio espacio que Lola Larrosa, otra escritora joven de la época, le dedicó al asumir la dirección de La Alborada Literaria del Plata en 1880, incluyendo la publicación de su novela El nido de las palomas11. Autora de varios ensayos religiosos –Las obras de la Misericordia (1882)– y novelas morales –¡Hija mía! (1888), El lujo (1889) y Los esposos (1892)–, Larrosa emuló a su colega española y se apoyó en el discurso de la domesticidad y la literatura didáctica para profesionalizarse, una apuesta que, como destaca María Cristina Urruela, probó ser sumamente eficaz en la carrera de la propia Sinués de Marco12.
A pesar de que este perfil de “escritora de la domesticidad”, como la define Alda Blanco13, fue sin duda el más conocido de Sinués de Marco en el contexto porteño de la época, sus corresponsalías en La Prensa ofrecen una nueva faceta, que excedió la agenda temática y las lógicas de los periódicos para mujeres. Publicada entre 1875 y 1876 en el espacio del folletín del diario y anunciada como “especial para La Prensa”, “Cartas europeas” despliega una voz autoral que incorpora una gama más amplia de temas, transgrediendo los límites del discurso de la domesticidad. Por lo general, la sección comienza con un comentario y una opinión sobre la situación política en España y sus vínculos con otras naciones, a lo que siguen breves reseñas sobre la vida cultural en las que se comentan exposiciones, estrenos de teatro, lanzamientos de libros, efemérides de figuras célebres y personajes de la monarquía, así como las últimas tendencias de la moda y otros temas relacionados con el mundo de la sociabilidad, la belleza y el entretenimiento.
En contraste con sus propios posicionamientos en la prensa para mujeres, Sinués de Marco asume este novedoso rol periodístico en las páginas de La Prensa y se presenta, ya no como la amiga que busca la complicidad de sus lectoras y les recomienda no hacer gala de sus conocimientos para evitar críticas y ataques, sino como la autora reconocida que informa sobre los debates políticos de su tiempo y comenta las novedades de la aristocracia europea con deleite. En este punto, la escritora no duda en recurrir nuevamente a cierto tono fraternal, pero esta vez para “ganarse” al público argentino:
Señor Director de La Prensa:
Ante las eventualidades de una restauración monárquica, parece trata de reconstruirse un partido republicano, que comience en los federales acaudillados por el Sr. Pi, y termina en los republicanos posibilistas, á cuyo frente, se halla el Sr. Castelar.
Explicaré á V. lo que significa la calificación de posibilistas que acabo de usar14.
El tono de consejera adoptado por Sinués de Marco es utilizado ahora para explicar el panorama político de su tiempo, el cual mira con desconfianza y resignación. Defensora de la reina Isabel II y de la posibilidad de una “alianza latina” entre Francia, España y Portugal, la escritora identifica sus posiciones con el progreso y la modernidad a la que España debía encaminarse, de no ser por los “usurpadores” del trono, los carlistas. Más que rechazar la política, sus lógicas internas en pos de una superioridad moral que se pudiera imponer por sobre las diferencias, todo se politiza en este contexto de luchas internas, desde la religión hasta el uso del telégrafo, como destaca la mirada de la corresponsal:
[…] un escritor español demasiado ingenioso, el poeta José Selgas, ha sostenido en su discurso de ingreso a la Academia Española, “que el telégrafo corrompía el idioma”. Es decir, que porque en los telegramas se suprimen preposiciones para ahorrar el número de las palabras, esto era causa de que olvidasen las reglas de la Gramática.
¡Singular tesis, que solo pudo ser concebida por una inteligencia turbada por los vapores del catolicismo! ¡No, no triunfarán los sectarios del fanatismo teocrático! El reconocimiento de la República Española por casi todas las grandes potencias de Europa significa que los pueblos civilizados protestan contra ese principio insensato, que pretende fundar su trono sobre las ruinas de la que no es su patria, pues no ha nacido en tierra española15.
Instalada en el mundo de la crónica política, Sinués de Marco abandona el discurso de la domesticidad, y critica a la dirigencia, expresa opiniones tajantes, e incluso adopta cierto tono de confidencia cuando detalla las intrigas de la época (“Si estas correspondencias estuviesen dedicadas á reseñar la política al menudeo, hablaría aquí de la rivalidad entre el Sr. Sagasta, actual presidente del Consejo de Ministros y el Sr. Ropete, que parece aspira á serlo en plazo breve”, confía en una de sus cartas)16. Hasta rebate a famosos pensadores, haciendo gala de una amplia cultura libresca, al afirmar, por ejemplo: “Bentham se equivocaba. Los hombres, lo mismo que los pueblos, prefieren casi siempre, lo agradable a lo útil”17. Es decir, su rol de corresponsal de ultramar le ofrece a la escritora la posibilidad de opinar abiertamente sobre la política de su tiempo y, en esta coyuntura, los tópicos, tonos y posturas clásicas del discurso de la domesticidad son dejados de lado.
Pero la política no es el único tema que excede los límites de este discurso didáctico-moral en las corresponsalías de Sinués de Marco; por el contrario, la inclusión de las novedades de salón, las modas y otras variedades también tensionan esta impronta autoral, ya no asociándose a ese imaginario de la política y la ilustración, sino a través de la alusión al mundo de los placeres materiales. Este aspecto es particularmente interesante para pensar qué tipo de público busca interpelar “Cartas europeas” y cómo Sinués de Marco capitaliza los roles y temas tradicionalmente destinados a las mujeres de letras de la época para, no solo salirse de su propio perfil autoral, sino también involucrar a las mujeres dentro del público potencial del diario.
Es gracias a la incorporación de lo que Víctor Goldgel llama las “zonas frívolas del periodismo” en sus corresponsalías que Sinués puede relatar a sus lectores/as las vidas de la aristocracia europea en el tono lúdico de la crónica social, a mitad de camino de la idealización y el entretenimiento18. Así, el aniversario del zar de Rusia es la excusa perfecta para resaltar “su belleza varonil” y comentar: “aún hoy es el soberano más hermoso de su tiempo, alto, robusto, rubio, la perfección de las facciones que es en él casi académica, está animada por una expresión apasionada y melancólica”19. Y las tendencias de moda se transforman en pasajes donde el lujo y la frivolidad ya no representan un mundo lleno de peligros, sino que son objeto de fascinación: “Quería hablar hoy de joyas á mis lectoras, y es poco el espacio que me queda; ¡cuánta riqueza ostentan los escaparates! ¡qué variedad de alhajas y de objetos ricos!”20. Más interesante aún es el hecho de que, a menudo, estas dimensiones –la política y el lujo aristocrático– se entrecruzan, como en el siguiente fragmento:
Las rosas de musgo son el adorno más a favor para los trajes de baile y hablan cartas de París de guarniciones espléndidas formadas con esas bellas hojas de la naturaleza: la gran duquesa heredera de Rusia, la princesa Dagmar, hija del rey de Dinamarca, y que es la más bonita de las princesas de Europa, así como la reina de los belgas es la más bella de todas las soberanas, la encantadora princesa Dagmar se ha presentado en un concierto matinal con un traje de tul blanco, todo prendido con rosas de musgo, hechas de crespón, género el más delicado en las flores artificiales21.
El último grito de la moda en París (cifra, a su vez, de una sociedad de consumo en expansión capaz de producir industrialmente naturaleza: las flores artificiales) se convierte en la excusa para mapear a la realeza europea y legitimar un rol político a partir de su belleza estética, en una incipiente asociación entre aristocracia, lujo y moda que sería explotada ampliamente por los medios masivos de comunicación a lo largo del siglo XX. La inclusión de estas “zonas frívolas del periodismo”, vinculadas por lo general con la prensa femenina, es importante en dos sentidos: en primer lugar, porque, como ya se señaló, demuestra la intención de Sinués de Marco de involucrar a las lectoras en el consumo del diario a partir de la incorporación de temas “para ellas”; y, en segundo lugar, por el efecto que estos cruces tienen sobre su imagen autoral. En estas corresponsalías, Sinués se construyó a sí misma como una escritora cosmopolita e informada, que intervenía en los debates de su tiempo, se codeaba con otros personajes de la época y escribía con comodidad tanto de política y economía como de modas y belleza. Esta combinación no es menor si se tiene en cuenta cuán hondo caló la lógica de la división de esferas pública y privada y el discurso de la domesticidad en la prensa decimonónica: gracias a un espacio flexible y destinado al entretenimiento como el del folletín, y al hecho de que era una escritora quien se desempeñaba como corresponsal, La Prensa obtuvo una sección de corresponsalías que combinaba política, entretenimiento, cosmopolitismo, cultura y modas, atractiva para hombres y mujeres.
Asimismo, a partir de este nuevo rol periodístico, Sinués de Marco ofreció una perspectiva más amplia sobre las mujeres, su educación y la posibilidad de entrar al mundo laboral. En sintonía con algunos reposicionamientos que, según Sánchez Llama, la escritora asumió en sus novelas de esos años respecto de la defensa de los derechos femeninos22, la autora destaca en una de sus “Cartas europeas” la aceptación de las mujeres en las academias de Medicina de Ginebra y Londres, y califica el hecho como un “progreso intelectual”, tras lo cual señala:
No hace mucho y sobre todo en España se creía que las mujeres no debían saber ni aun escribir, y que la más ignorante era lo más asegurado contra toda tentación. Este sistema era solo admisible para las jóvenes dotadas de bienes, de fortuna; pero las que nacían pobres, ¿cómo obtenían la subvención á las necesidades de su existencia y de las existencias que estaban unidas á la suya?
Con la aguja, es decir, sujetándose á una existencia precaria y miserable, para morir de hambre el día que los años, las enfermedades ó la fatiga agotasen sus fuerzas.
Las tentaciones asediaban á estas desgraciadas y era necesaria una virtud heroica para no sucumbir á las acechanzas del vicio.
Hoy el estudio les abre ancho campo para las necesidades de la vida material, hoy se educa á la mujer moral é intelectualmente, es decir, se la educa y se la instruye, lo que no es la misma cosa, aunque las dos le sean precisas; ya la mujer que caiga es menos disculpable que antes, porque no tiene disculpa de la ignorancia y la miseria23.
Sin abandonar sus pruritos morales, Sinués de Marco, se reposiciona respecto de los temas “candentes” de la época como la educación y el trabajo femeninos, exhibiendo un novedoso perfil. En este sentido, es notable cómo las interlocuciones trasnacionales que vehiculizaba la prensa permitieron la circulación de dos imágenes autorales tan distintas de una misma escritora: la Sinués de Marco de La Prensa se diferencia notablemente de la directora de El Ángel del Hogar, pese a que ambas se desplegaron en el campo periodístico local de manera simultánea. Esta multiplicidad expone una vez más hasta qué punto las escritoras hispanoamericanas de la época moldearon sus propias imágenes y negociaron sus discursos con un campo cultural mucho más amplio que el de sus países. Y, también, cómo las más jóvenes eligieron las facetas y perfiles que les interesaba destacar de sus antecesoras para verse reflejadas en ellas. Pero, ante todo, muestra cómo las escritoras españolas vieron en el público del otro lado del Atlántico una oportunidad para expandir la circulación de sus obras, una dimensión que Emilia Pardo Bazán aprovecharía como ninguna escritora de su tiempo, estableciendo un vínculo personal y duradero con el público argentino.
Seducir a distancia
A diferencia de Sinués de Marco, la participación de la célebre Emilia Pardo Bazán en La Nación fue mucho más extensa y no compitió con otras imágenes autorales de ella que circulaban por otros periódicos, pero compartió con las columnas de su colega esa mezcla atractiva de política, cultura, cosmopolitismo, aristocracia y frivolidad. Recorrer el corpus de las corresponsalías que escribió para el diario entre 1879 y 1921 (año de su muerte) implica sumergirse en un mundo en plena transformación, atravesado por la redefinición de las relaciones entre España y América, el declive de las monarquías europeas, los crecientes reclamos de derechos sociales, el estallido de la Primera Guerra Mundial y los cambios que este hito histórico produjo. A partir de un uso personal y estratégico de la corresponsalía de ultramar, donde el lujo y las novedades parisinas se entrecruzan con las revoluciones, las crisis identitarias y los nuevos consumos, afectos y roles que trae aparejada la modernidad, la escritora sedujo al público argentino y construyó un diálogo a distancia que se fortalecería con el paso de los años.
Si bien el desembarco de Pardo Bazán en el campo cultural argentino se relaciona con su protagonismo en el desarrollo de la polémica naturalista en España, los artículos de la escritora que La Nación comenzaría a reproducir a partir de este hito exceden ampliamente este debate y prefiguran el rol que asumiría a partir de 190924. Un breve recorrido por esta primera etapa de colaboraciones –es decir, los textos ya publicados en diarios españoles y que La Nación elige reproducir– la muestran como una colaboradora de prestigio, cuyas opiniones interesan en una amplia gama de temas, ya que su perfil cosmopolita y aristócrata le permite acceder a espacios exclusivos como los de la corte española y a ámbitos masivos como la Exposición Universal de París. Esta impronta excepcional (por su posición de clase, su ilustración y el roce con la intelectualidad de su tiempo) será destacada por el propio diario cuando la presenta como su nueva corresponsal:
No han menester de presentaciones la obra ni el nombre de la señora Pardo Bazán. Su popularidad en los países de habla española data de 1880, es decir, desde que su tarea literaria tuvo principio. Al publicarse el primer libro de la señora Pardo Bazán, bien se vio, y vieron los más esclarecidos, que el prejuicio en realidad fundado, con la aparición de muchas damas españolas en el campo de las letras era invariable recibida, debía ceder aquella vez a un pleno reconocimiento de altas facultades críticas e imaginativas, sin duda raras, por su amplitud e intensidad, en su espíritu femenino25.
Pardo Bazán es recortada del colectivo de las escritoras en un clásico doble gesto que promueve la autoría femenina en la esfera pública proyectando la figura de una autora en desmedro de las otras. Es decir, a La Nación le interesa la mirada de Pardo Bazán, quien sí puede escribir a diferencia de sus colegas, porque es un talento excepcional. Esta imagen de excepcionalidad se proyectaría, a su vez, en la libertad que la escritora tuvo a la hora de elegir los contenidos de sus corresponsalías. Perfiles sobre las infantas, crónicas de bailes de palacio y eventos de “caridad moderna” patrocinados por la nobleza española, modas parisinas, notas sobre movimientos literarios como el futurismo y episodios autorreferenciales que resaltan su perfil de avanzada (como la entrevista ofrecida a Times o su designación como titular de la cátedra de Literatura Contemporánea de las Lenguas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid) construyen un universo que resultará muy atractivo para un diario como La Nación, “el periódico más moderno y modernizador de la época”, según Julio Ramos26, en cuyas páginas escriben y se consagran los escritores hispanoamericanos más importantes de la época. En este “nuevo espacio intelectual hispanoamericano”, como lo define Graciela Mogillansky27, Pardo Bazán ganó protagonismo en paralelo a la expansión del modernismo y el arielismo, las propuestas religatorias entre Latinoamérica y España de estos movimientos, y a su propio éxito literario.
Si el atractivo de Pardo Bazán para La Nación queda claro a partir del contexto hispanoamericanista y el perfil excepcional de la autora, cabe entonces hacerse la misma pregunta, pero invertida: ¿cuál fue el interés de la escritora en dirigirse al público argentino? Esos/as lectores/as se presentaban demasiado lejanos/as, sobre todo, para una autora consagrada como ella, que publicaba asiduamente en la prensa francesa y española, era invitada a disertar en la Sorbona y publicaba novelas muy populares. Sin embargo, Pardo Bazán se mostraría sumamente involucrada en la vida de los países latinoamericanos, incluso mucho antes de convertirse en corresponsal de La Nación. Este interés sintoniza, según Ana María Freire López, con sus críticas a la guerra con Cuba y se refleja especialmente en los artículos publicados en los periódicos españoles La Ilustración Artística, La España Moderna y El Imparcial durante la década de 189028. Es decir, un contexto de redefinición de las relaciones entre España y América que la escritora percibió y promovió abiertamente, insistiendo en la necesidad de fortalecer los lazos culturales trasatlánticos. De hecho, en “El movimiento literario en España”, reproducido en La Nación el 29 de junio de 1898, identifica directamente al público latinoamericano como la condición de posibilidad de la literatura española contemporánea:
En estos dos últimos años, la novela vive todavía porque la lengua española se habla en los Estados de América del Sur, porque ese mercado sostiene su producción, no sólo en el sentido material de la palabra, sino también en el sentido moral, pues al escritor no le basta ser comprado; quiere también ser discutido, ser leído; y esta necesidad, este deseo, son, más grandes en el novelista porque éste no trabaja nunca para una minoría sino para la masa del público. Los novelistas españoles cuentan con un número mucho mayor de lectores y admiradores en América que en su propia patria29.
Latinoamérica representa para la autora, más que las antiguas colonias, un atractivo público al que es necesario interpelar para expandir la influencia de la literatura de su país, y un mercado, ámbito donde el escritor o la escritora verdaderamente se consagra. De hecho, la autora asume un perfil específico, profesional, a partir de la diferenciación que plantea entre la figura del escritor y la del novelista, estableciendo como principal fuente de legitimación en el segundo caso, no las instituciones ni los pares letrados, sino “la masa de lectores”, a quienes procuraría seducir desde las páginas de La Nación.
Esta temprana atención al público americano rendirá sus frutos algunos años después en el caso argentino, cuando el hispanismo gane fuerza durante la primera década del siglo XX, alimentado por la masiva comunidad de inmigrantes españoles, la fundación de asociaciones de fomento y de periódicos vinculados con esta colectividad, así como por la presencia de prestigiosas firmas españolas en la prensa local. Mientras que Ricardo Rojas, Manuel Gálvez y Leopoldo Lugones llaman a recuperar el vínculo con la “madre patria”, Emilio Castelar y Miguel de Unamuno escriben para La Nación, Azorín y Ramón Pérez Ayala colaboran en La Prensa y Juan Más y Pí, Juan Torrendell y José Gabriel en la revista Nosotros, fortaleciendo estas interlocuciones. En este sentido, la incorporación de Pardo Bazán como corresponsal de La Nación en 1909 tiene un timing ideal, que se reflejará en su crónica sobre la llegada del presidente argentino Roque Sáenz Peña a Madrid, en el marco de los festejos del centenario argentino:
Hoy la Argentina está de moda… Felicitémonos, porque no nos separan sino muy pocos años del tiempo en el que al menos para los habitantes de la coronada villa, la Argentina era un país mítico no mucho mejor definido que Eldorado o el Catay30.
Frente a esta Argentina “de moda”, la corresponsalía del ultramar implicó para la escritora no solo la posibilidad de participar en la dinámica arena de combate trasatlántica desde un diario prestigioso como La Nación, sino también una oportunidad para entablar una relación personal con el público argentino y mantenerse vigente en un diario donde todos/as querían escribir. A diferencia de otros corresponsales del periódico como José Martí, Rubén Darío o Enrique Gómez Carrillo, quienes podían dar por sobreentendida cierta simpatía del público a partir de la identidad latinoamericana compartida, Pardo Bazán debió construir ese vínculo y la vía a la que apeló, pese a la distancia que imponía el Atlántico y a nunca haber visitado la Argentina, fue, paradójicamente, la de una cercanía casi familiar. Ese es el efecto que produce la inclusión sistemática de ciertos temas que simulan una cotidianidad deliberada entre ella y sus lectores/as cuando comenta, por ejemplo, las novedades teatrales de Madrid como si esta ciudad y Buenos Aires compartieran una misma cartelera, pide libros que no logra conseguir en España31 o incluso solicita, como una vieja amiga, colaboraciones para las obras de caridad en las que participa:
[…] voy a confesar a mis lectoras argentinas un inocente capricho. Recibo con suma frecuencia cartas, peticiones de postales, testimonios de que no se me olvida en la Argentina. ¿Sería mucho pedir que alguna señora o señorita de ese país fraternal me diese su nombre para apuntarlo en mi lista de socios, y unas ropitas que añadir al enorme montón que en noviembre de 1909 afluirá al palacio de la reina del pelo de oro y los ojos miosotis?32
A partir de estos comentarios al paso, la escritora se posiciona ante los/as lectores/as de La Nación como una guía familiar de la vieja Europa; alguien que tiene acceso a los círculos intelectuales más prestigiosos (la corte, la universidad, el Ateneo de Madrid), pero puede contar lo que sucede en ellos sin formalidades, “en confianza”. Ser mujer implica una oportunidad en este marco, ya que el sesgo del género la estimula a incluir en sus corresponsalías, como Sinués de Marco, el tono lúdico y confidente de la crónica social y entrecruzarlo con episodios históricos y políticos, convirtiendo cualquier tema, por mínimo que sea, en un objeto de análisis cultural. Es en este marco que el comentario sobre la popularidad de los concursos de belleza en Estados Unidos, por ejemplo, pasa a ser una reflexión sobre los nuevos roles de la mujer en la modernidad y las posibilidades de exhibir su cuerpo, al sostener que este tipo de concursos implica un cambio en las costumbres que “acaso significa tanto como la desaparición del velo en la mujer oriental” y “la afiliación de la mujer rusa a partidos políticos de radicalismo y violencia”, para finalmente subrayar: “Seguramente no emancipará a la mujer española esto de optar por un premio de belleza, como optan las norteamericanas, pero es un paso o mejor dicho es un signo de los tiempos. La mujer alza su velo; se reconoce el derecho a que su beldad sea elemento de alegría y recree las miradas”33.
Asimismo, un gesto similar aparece cuando comenta el comienzo del verano en España en 1914, ya que el inicio de la temporada es la puerta de entrada para referirse a fenómenos novedosos como el turismo de clase media –“los trenes ‘botijo’, cuya tripulación no se compone precisamente de millonarios, son los más humorísticos y regocijados y bulliciosos que existen en el mundo”, comenta34–y narrar a través de esos “sucesos menores” el proceso de modernización de España:
Ha pasado el tiempo en que eran difíciles y raras las comunicaciones y sólo llegaba a conocerse lo que en cada país acontecía, por relatos verbales o algún raro libro, que nunca obtenía difusión en la prensa. El sistema prohibitivo y ocultativo no carecía de inconvenientes: se prestaba a la difusión de fábulas absurdas, y cuando Mme. De Aulnoy escribía muchos y muy divertidos disparates acerca de la corte de España y de España en general, no había manera de refutar sus asertos. Hoy, en esto como en no pocas cosas, estamos a la altura del mundo civilizado, y ya no caben narraciones semejantes a las de Mme. Aulnoy, ni a las de Dumas, ni el famoso Sacau dos a travers l’Espagne, donde a cuenta nuestra se explaya la fantasía. Centenares de agencias, miles de periódicos, una nube de corresponsales, comunican Europa, diariamente, eso por no decir que, al minuto, cuanto merece referirse, y bastante que no lo merece35.
La prensa funciona como el símbolo máximo de la modernización y la posibilidad de un mundo conectado, capaz de anular las distancias y las barreras –culturales, idiomáticas, históricas– entre los países, aun entre los que están separados por un océano. Esta mirada cosmopolita, según Guadalupe Gómez Ferrer-Morant, es la que diferencia a Pardo Bazán de sus contemporáneos y proyecta su perfil de avanzada, ya que: “su eficaz cosmopolitismo y su afán de abrirse a Europa sin renegar ni desvincularse de la tradición, [son] factores que la conectan, no ya con la generación del 98 sino con la misma del 14”36. En la alternancia entre cultura alta y popular, en el intersticio de lo frívolo y lo serio, lo moderno y lo tradicional, lo global y lo local, Pardo Bazán encuentra un lugar propio en las páginas de La Nación. Pero, ¿cómo se proyecta esta posición tan personal a la hora de juzgar a los y las colegas de su tiempo? ¿Cómo interviene la escritora en ese “nuevo espacio intelectual hispanoamericano”? ¿Para qué utiliza esta impronta autoral prestigiosa y popular?
Conocedora de los mecanismos internos de lo que Pascale Casanova ha definido como “la república mundial de las letras”, que atravesaba un período de auge gracias a la expansión del público lector, el abaratamiento de los libros y la conformación de un mercado editorial trasnacional37, Pardo Bazán daría cuenta en sus crónicas para La Nación de este universo y de su funcionamiento, alternando sus comentarios sobre autores clásicos como Rousseau, Cervantes y Zorrilla con las tendencias literarias de ese mundo en transformación, que incluyen los libros de Unamuno, Gómez Carrillo, Darío, pero, también, el manifiesto futurista de Marinetti, el éxito de series como Fantomas y el auge de la literatura pornográfica.
Esta mirada no implicaría, sin embargo, resignar la identidad que consideraba inherente a la literatura de su región y de su país. Lejos de desterritorializar el lenguaje, las tramas y los personajes, al visibilizar esa perspectiva cosmopolita, Pardo Bazán los reterritorializa, buscando posicionarse en ese orden global: defiende el coloquialismo y la cultura popular de las naciones hispanoamericanas, porque esa es también la forma de insertarse en la república mundial de las letras y evitar los clisés impuestos desde el centro. Si en 1914 celebra que el desarrollo de los medios de comunicación haya conectado a España con el resto de Europa, derribando los mitos que los autores franceses habían instalado sobre su país, también mostrará su entusiasmo ante las giras cada vez más asiduas de las compañías teatrales argentinas, que discuten, en este caso, ciertos estereotipos instalados sobre América. Al reseñar en 1918 la obra El pueblo dormido, de Federico Oliver, felicita a la actriz argentina Carmen Cobeño y al autor por crear una heroína “amante y buena”, diferenciándose de las comedias francesas que “han pintado siempre en escena a la americana de un modo bien distinto”38. Además, defiende con fervor la presencia de la oralidad en la literatura, sobre todo, en su inflexión popular, como señala en 1913 al recordar la labor del filólogo colombiano Rufino José Cuervo:
la división en ‘popular y literario’ no me persuade del todo. En la literatura española el elemento popular se destaca tanto o más que el culto y atildado, y esa es una de las grandes energías de nuestras letras: es el brote de su espontaneidad39.
Desde esta perspectiva Pardo Bazán participa de los debates hispanoamericanos de su tiempo, sin adscribir completamente a una estética en particular. Así como a comienzos de la década de 1880 se había autodefinido como una “naturalista ecléctica” para mantener sus disidencias con la escuela zoliana, la autora expresa cierta distancia a la hora de reseñar a los autores del momento, como cuando comenta Mi religión y otros ensayos breves, el libro más reciente de Unamuno y su apreciación de los poetas modernistas en general: “No es que no me gusten todos los nenúfares ni todos los absintios, ni todas las princesas flacas; la escuela, como escuela, me es indiferente; pero hay individualidades que me interesan en sumo grado”40.
Con el paso de los años, la autora se concentrará en dos fenómenos que desencadenan los procesos de modernización previos y posteriores a la Primera Guerra Mundial: el fortalecimiento del mercado editorial trasatlántico y la democratización de la cultura. Si en 1898 la escritora lamentaba la falta de un tratado de propiedad literaria entre España y América debido a que, por esa razón, la reproducción de sus obras en los periódicos americanos “no solamente no producen un cuarto, sino que traen competidores, impiden la venta de las ediciones españolas y disminuyen los beneficios”, observará con entusiasmo el desarrollo progresivo de canales comerciales entre ambos países durante la guerra 41y buscará estimularlos.
En este marco, el espacio de la corresponsalía de ultramar es aprovechado para dar a conocer al público del otro lado del Atlántico a los/as escritores/as que le interesan a la escritora, actuando como una mediadora cultural que fortalece el imaginario hispanoamericano compartido. En esta tónica, promociona a Steinheil
–respecto de quien lamenta que, para “cuando estas páginas que escribo se publiquen […] será tarde para influir” en su suerte en Buenos Aires–42 y a Blanca de los Ríos, cuya obra reseña en un artículo en el que concluye: “Y si algo de lo que voy diciendo de Blanca de los Ríos fuese nuevo para mis lectores de América, me holgaría de haberles puesto en relación con una mujer de quien no hablo así porque soy su amiga, sino de quien soy su amiga porque de ella es justo hablar así”43. También anuncia en 1911 la llegada a Buenos Aires del gerente de la Biblioteca Renacimiento, sello editorial que –no casualmente– publica sus obras y cuya colección recomienda frente a “la escabrosidad” que según la escritora sobreabunda en las novelas de su país, así como “otra senda muy fastidiosa, a mi ver: la de una moralidad inocente y ñoña que mutila el arte y la verdad”44. Ante este doble problema en la literatura de su tiempo, Pardo Bazán promueve el catálogo de Renacimiento como “la más importante casa editorial” de España y afirma: “Muy activo es el movimiento editorial de la casa, y cuando tanto imprime, será mucho que vende; pero, al otorgarle el primer lugar, pienso especialmente en que esta empresa recoge y monopoliza lo que propiamente llamamos literatura castellana”45. Pardo Bazán se posiciona en ese escenario editorial cuyo proceso de modernización está centrado, según observa, en las ganancias comerciales, en un lugar que justifica esa lógica para promover lo que ella postula como “buena literatura”: aquellas obras que no rehúyen de ningún tema y que se asientan en lo popular y lo propio, sin explotar los deseos de “escabrosidad” del público46.
Esta postura proactiva a la hora de recomendar ciertas obras y colecciones a su público argentino estará acompañada, a su vez, por una mirada desprejuiciada de lo que percibe como un fenómeno novedoso: la democratización de la cultura. En efecto, la escritora registra de manera sistemática el acceso de nuevos sujetos sociales a ámbitos culturales y urbanos que, hasta no hacía muchos años, eran de exclusiva circulación masculina y aristocrática. Además de centrar la mirada, como ya se señaló, en fenómenos novedosos como el turismo de clase media, se referirá a la presencia de nuevos públicos en espacios tradicionales que, en el caso de las mujeres, fomenta de manera activa. Al comentar en 1913 la creciente popularidad de las conferencias en espacios como el Ateneo de Madrid o el Centro de Cultura Hispanoamericana y cómo las mujeres colman la capacidad en su cátedra sobre literatura francesa, señala: “cuánto me agrada que las señoras vayan por el camino de escuchar, que es el de aprender, o por lo menos, de fomentar la afición a los estudios, a la cultura general”47. La mayor presencia femenina en el espacio público, así como la percepción del acceso de nuevos sectores sociales a los bienes de lujo, se profundizarán durante el período de posguerra, a tal punto que, en una crónica de 1915, señala: “en la antigüedad el lujo era privilegio de los poderosos, y hoy está al alcance de cualquiera”48.
Ante estos avances, Pardo Bazán mostrará por momentos un perfil temeroso, reaccionario incluso, cuando, por ejemplo, comente los primeros estertores de la Revolución rusa y se lamente por el triunfo de los radicales frente a un reformismo democrático que “sin duda Rusia necesitaba”49. Estas prevenciones en el plano político parecen, sin embargo, volverse más ambiguas cuando alude a una de las consecuencias que observa en ese proceso de democratización político-cultural: la explosión de la literatura de mercado. Porque, pese a que la novelista señala los problemas que percibe en este fenómeno cuando retrata “la febril impaciencia” que se revela en el comercio de libros y que da como resultado libros olvidables, cuya aparición “obedece a un sencillo cálculo comercial”50, también apunta contra quienes critican estas obras, al señalar en una crónica de 1914: “En la condenación de la novela hay una especie de ‘pose’, alentada por directores de conciencia no siempre inteligentes, y periódicos ‘bien pensantes’ que creen arreglar la cuestión social proscribiendo libros escritos y observados”51. No es que Pardo Bazán considere que toda literatura de mercado es buena, pero, así como critica ese tipo de producciones sin inventiva ni originalidad “al estímulo de las necesidades del consumo”52, también ve un fenómeno problemático en quienes apuntan contra estas lecturas con argumentos morales o las atacan solo por ser populares, sin mayores argumentos. El punto máximo de tensión de esta postura es el éxito cada vez más resonante de la literatura pornográfica, frente al cual establece una diferenciación –las obras que tienen valor literario y las que no– y asegura que “excluir del arte la pintura y estudio de lances amorosos equivaldría a cruel, inhumana mutilación”, para finalmente concluir:
¿Cuál es el estado de una nación donde las infecciones de la lascivia invaden los órganos nobles? ¿Qué trastornos determinan? Nada tiene de alarmante el caso, si en esa nación también se lee mucho de otros géneros. Será para preocupar, si en esa nación apenas se lee y los libros tienen enjundia, carecen de atractivo y caen al vacío.
He oído a moralistas del género sencillo, y aun diría del género bobo, lamentar el exceso de lo que ellos llamaban “malas lecturas”. No hay malas lecturas; hay malos lectores53.
Pardo Bazán intenta vadear a partir de este tipo de posicionamientos y afirmaciones las sinuosas aguas de la modernización y de ese nuevo público masivo y urbano, atravesado por lo que Graciela Montaldo define como “la difusión generalizada, igualitaria, de los procedimientos estéticos en relación con un nuevo sensorio de las modernidades urbanas” que la alta cultura, alarmada, califica de “mal gusto”54. Sin renunciar del todo a esos valores estéticos asociados con la clase y el “buen gusto”, la española intenta descifrar los intersticios de ese nuevo sensorio y analizar, como había hecho con el naturalismo y el modernismo, casos específicos, para no dejarse arrastrar por opiniones “bien pensantes” y vacuas o modas pasajeras. De este modo, construyó una mirada desprejuiciada que solventó su relación con el público porteño gracias a la mezcla de lo serio y lo frívolo, y, ante todo, a su capacidad de analizar y explicar lo nuevo, la modernidad.
Contar lo nuevo
Si, como señala Peter Fritzsche55, la prensa fue a finales del siglo XIX la encargada de elaborar protocolos de lectura que ayudaran a la ciudadanía a entender y aprehender los procesos de modernización que se desarrollaron en el mundo occidental finisecular, ofreciendo nuevos modos de mirar, descubrir y consumir las experiencias que ofrecían sus ciudades, otro tanto hicieron para trazar imaginarios trasnacionales que buscaban dar forma a ese mundo cada vez más conectado por los avances tecnológicos. En este mundo de cambios rápidos y bruscos, el espacio de la corresponsalía desempeñó un rol fundamental, no solo a la hora de identificar y explicar los conflictos y debates políticos e internacionales, sino también las nuevas costumbres, roles, afectos y consumos que aparecían de la mano de la modernización, y de un modo especialmente fugaz y abrumador después de la guerra. Es decir, mundo donde estas redefiniciones ofrecía nuevos ámbitos para intervenir en la esfera pública, pero también nuevos públicos y nuevos modos de interpelarlos: es este ámbito donde las escritoras como Sinués de Marco y Pardo Bazán vieron una oportunidad.
Atravesada por la flexibilidad de su variabilidad temática, la corresponsalía de ultramar se presentó en el caso de estas dos escritoras como un banco de pruebas, un espacio donde probar diversas temáticas y tonos, jugar con el público, buscar diversas formas de conectarse con él y acercase a esos/as lectores/as tan familiares y distantes. Esta presencia las propulsó como mentoras en el contexto local (si para Lola Larrosa, el ideal de autoría femenina en el cual buscó reflejarse fue Sinués de Marco, Emilia Pardo Bazán se convertiría en la referencia indiscutida para las novelistas argentinas de principios de siglo xx) y les permitió encontrar en el público americano una nueva oportunidad para ampliar su influencia aprovechando un mercado editorial trasatlántico que se fortalecía con el avance del fin de siglo y, especialmente, después de la guerra.
En este sentido, ambas aspiraron a desempeñar un rol destacado en el espacio trasatlántico como “embajadoras de la novedad europea”, que, como destaca Pura Fernández56, implicó captar el interés de un público nuevo, urbano y abastecido en gran medida por la inmigración europea para desarrollar potenciales negocios a través de sus libros y sus proyectos periodísticos, un proyecto que obtuvo sus réditos en la recurrente inclusión de su obras en colecciones de libros de bajo costo, como la Biblioteca Popular de Buenos Aires o la famosa Biblioteca La Nación57. En este sentido, la presencia de ambas autoras en estas colecciones revela hasta qué punto Sinués de Marco y Pardo Bazán no solo circularon por la prensa argentina, sino que construyeron un público trasatlántico que las leyó y siguió sus trayectorias a lo largo de los años y a pesar de la distancia.