Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba y España, 1814-1873), Juana Manso (Buenos Aires, 1819-1875) dos mujeres, dos orígenes y destinos distintos, y algunas vivencias en común nos invitan a explorar algunos aspectos de su obra literaria y de su papel en las sociedades en las que vivieron.
Separamos de forma artificial lo relacionado con la situación de los esclavos en las sociedades latinoamericanas (Argentina y Brasil) y caribeñas y el papel de la mujer, su “inclusión” en la sociedad, las relaciones de pareja en el siglo XIX, la representación de la institución matrimonial, basada en la relación económica, formando parte estos últimos puntos igualmente del contexto político-social.
Para introducir a las autoras, nos proponemos una rápida mirada sobre la relación entre la recepción de su obra y el peritexto autorial de sus novelas, obras de teatro y artículos periodísticos.
Peritexto: las advertencias al lector en las novelas
Juana Manso al pretender “no imitar” a Eugène Sue, muestra sin embargo su conocimiento de la novela francesa (de las “malas” para López1) y utiliza el término “misterio” como forma de interesar al “mundo civilizado” ignorante de las realidades descritas: “Al ponerle a esta obra el título de ‘MISTERIOS DEL PLATA’; no es mi ánimo imitar los Misterios de París de Eugenio Sué (sic); ni hacer otros Misterios de Londres”2.
Sin esconderse ni detrás de un nombre masculino ni detrás de la ficción, reivindica en una nota un lenguaje “casi semejante” al de su pueblo, “y si alguna diferencia tiene es en ventaja; es decir, menos grotesco”3 y desafiando las normas de la novela de su época, repite su propósito explícito de gritar al mundo la necesidad de que
[…] el crimen no pueda llevar por más tiempo la máscara de la virtud; […] los verdugos y las víctimas sean conocidos y el hombre tigre –conocido hoy con el nombre de Juan Manuel de Rosas- ocupe su verdadero puesto en la historia contemporánea; el de un tirano atroz y sanguinario tan hipócrita como infame.
Si la sangre de mis ciudadanos no gritara ¡venganza! de continuo me bastaba haber nacido sobre aquella desventurada tierra para no permitir que su verdugo y más cruel opresor sea considerado, un valiente y viejo paladín de la libertad. Es necesario que el mundo entero sepa lo que los Argentinos deben a ese Rosas, oprobio y vituperio de la humanidad entera4.
La novela se escribe y se publica por primera vez como folletín en Brasil, mientras sigue el tirano en el poder y Juana Manso en el exilio, y a pesar de esa franqueza y subjetividad asumida, el héroe perseguido no lleva su nombre verdadero (Valentín Alsina), sino que él y su familia son nombrados como “familia Avellaneda” –más adelante aparece con su nombre, Valentín, confirmando la identidad del sujeto– y presentado así: “El doctor Avellaneda era el argentino emigrado, vendido al tirano por su teniente Oribe, entonces presidente de la República de Uruguay”5 en una frase que resume la propia situación de la familia de Juana Manso, obligada a un segundo exilio a Brasil.
Las esperadas frases de modestia, o de autoría atenuada, según la expresión de Graciela Batticuore6, cuando no se excusa, a la inversa de Manso, pretenden anticipar cualquier crítica por intenciones de denuncia social en los prólogos a las novelas de Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien “No se cree en la precisión de profesar una doctrina” y por lo tanto “[…] ningún objeto moral ni social se ha propuesto al describirlas”7 mientras en Sab, retrospectivamente, considera que sus ideas han cambiado y que no escribiría lo mismo, pero deja las cosas tal cual, por respeto a los “sentimientos algunas veces exagerados pero siempre generosos de la primera juventud” (y quizás a su propia carrera literaria). Sin embargo, no quiso incluir ni esa novela ni esa otra titulada Dos mujeres en sus obras completas, deseo por suerte no respetado por sus editores. En ambos casos, su falsa modestia hace de su escritura un “mero pasatiempo”8.
En el prólogo a la primera edición de las Poesías (1841) de Gertrudis Gómez de Avellaneda, su mentor, Nicasio Gallego, comenta: “Todo en sus cantos es nervioso y varonil; así cuesta trabajo persuadirse que no son obra de un escritor del otro sexo”9. En esa mezcla de admiración y reconocimiento por parte de los varones, “a pesar de su sexo”, se puede relacionar con una de las famosas y ambiguas frases de Sarmiento sobre Manso que reza así: “La Manso, á quien apenas conocí, fué el único hombre en tres ó cuatro millones de habitantes en Chile y la Argentina que comprendiese mi obra de educación y que inspirándose en mi pensamiento, pusiese el hombro al edificio que veía desplomarse. ¿Era una mujer?”10.
El compromiso en el contexto político-social: de la recepción y las vivencias a las representaciones
La actuación de ambas mujeres transcurre con distintos trasfondos: para Avellaneda, todavía es época colonial, y la continuación de la esclavitud a pesar del final legal de la trata en Cuba. En su autobiografía ella menciona la venta de “tierras y esclavos”11 por parte de su padrastro sin el menor comentario, como algo normal, mientras los actos de uno y otro miembro de la familia, los tíos, la madre etc. se ven analizados a veces con la fogosidad y la indignación de su juventud.
Juana Manso nace después de la Revolución de mayo que pone fin a la dominación española y vive su primer exilio al Uruguay cuando adolescente, pero desde ambas riberas del Río de la Plata ya no hay esclavitud. Su novela La familia del comendador escrita desde el siguiente exilio en Brasil, es un fuerte alegato en contra de la esclavitud todavía efectiva12 y de la institución matrimonial como operación financiera.
Por lo tanto, la cuestión del compromiso social se da de formas muy distintas en la vida de las dos autoras: al no ser de alta alcurnia, por un lado, y al volver de sus exilios sola con dos hijas, Juana Manso se enfrentó con el oprobio de la alta sociedad bonaerense y la obligación de trabajar para sobrevivir13, hasta el punto de tener que volver a exiliarse a Brasil. Su padre, un español radicado en lo que vendría a llamarse la Argentina, pero todavía en tiempos de la colonia, era ingeniero, sin gran fortuna, y sus bienes le fueron arrebatados por el dictador Rosas (como a muchos más de sus opositores). La familia y las circunstancias políticas no podían asegurarle a Juana Manso ninguna estabilidad financiera, pero en cambio su padre siempre la alentó en sus afanes literarios, llegando a publicar bajo su nombre una traducción del francés hecha por ella cuando adolescente. En sus crónicas de viaje, al volver a la casa donde vivió con su familia en Río de Janeiro, lugar de su nacimiento a la poesía, se rememora la visita de Rivadavia (el primer presidente de la Argentina independiente): “Allí me había sentido poeta en esa edad en que tampoco sabemos darnos cuenta de lo que sentimos! Allí estuvo dos veces el Sr. Rivadavia, la segunda vez subió a mi aula de estudio en el segundo piso; examinó mis libros, mis papeles. –Que estudie esta niña– dijo a mi padre”14.
También hija de un español, un oficial de la Marina española, muerto cuando ella tenía nueve años, Gómez de Avellaneda escribe poesía desde muy joven y tiene conciencia de sus capacidades literarias, por más que participó en alguna ocasión en la farsa de publicar bajo un nombre masculino, como lo hicieron varias mujeres escritoras en los siglos anteriores al veinte en muchos países. Sus viajes y cambios de lugar de vida (de Cuba a Francia y varias regiones de España) no responden a motivos políticos, sino a desavenencias familiares. No solo no sufrió penurias económicas, sino que ante sus numerosas decepciones sentimentales, le comunicó a su amigo Ignacio Cepeda “El amor no existe ya para mí; la gloria no me basta: quiero dinero, pues: quiero la vida de los viajes o la vida del retiro muelle y lleno de goces del lujo15.
Esas situaciones tan distintas en cuanto a sociabilidad se verifican en su trato con el poder: Avellaneda se codea con la aristocracia y la Casa real, intriga para sus propios intereses y los de su hermano, mientras Manso recurre a sus conocidos siempre en aras de hacer prosperar sus convicciones sobre la educación y la emancipación de la mujer, sin sacar beneficios propios y hasta alentó a Sarmiento a presentarse a la más alta responsabilidad en la República Argentina:
¡Qué triunfo para mí, que en el silencio de mi humilde hogar, concebía la esperanza de que llegase este día! ¡El día de oírlo aclamar por los buenos, como el piloto salvador de la nave que despedaza la borrasca!
La primera vez que me atreví a insinuarle esta idea, me respondió vd. Hace dos años: “Solo en una cabeza como la suya, puede entrar la idea que un hombre que se ocupa de escuelas llegue a ser Presidente”16.
De vuelta del exilio, Juana Manso publicará la novela Los misterios del Plata en folletín en el periódico que funda, después de la caída del tirano; la novela de Avellaneda, escrita antes de su traslado a España, se ve prohibida en la Cuba todavía colonial y ella misma, como vimos, no quiere que se la integre a sus obras completas. De esa manera, se puede hablar de un capital intelectual comparable en ambas mujeres, con influencia de la novela romántica, tanto del propio continente como del europeo, pero con circunstancias políticas, familiares y financieras sin comparación. De ahí que, al pasar de una a otra, se entiende en una primera lectura la distancia entre lo directo y “escandaloso” (según la expresión de Sarmiento17) de la prosa de Manso y los senderos sinuosos y disimuladores de las novelas de Avellaneda.
Juana Manso luchó por la emancipación de la mujer en los países en donde vivió y actuó, tras una revolución independentista traicionada por un tirano en lo que va a ser la Argentina libre. Las reacciones fueron a veces muy violentas, como cuando dictó una conferencia sobre la educación de la mujer y fue atacada físicamente, apedreado el edificio donde daba la conferencia18, sin contar los alegatos en su contra, como este libelo de E. M. de Santa Olalla, publicado en un diario el 29 de agosto de 1866 para reprenderla por su quehacer educativo: “A la Sra. Manso, Da. Juana. Hace algún tiempo que inspiran temores entre sus amigos las muestras visibles de desorganización cerebral que tan gravemente afectan sus facultades intelectuales, y parece que ha llegado el caso de poner algún remedio a tan triste dolencia”19.
Dentro de su papel de educadora, contemplaba la necesidad de instruir no solo a los niños y niñas, sino también a las mujeres20, y son muchísimos los ejemplos de reacciones contrarias, que no la desalentaron. Sin embargo, se queja a Sarmiento de los malos tratos, y le da vergüenza no poder contarle a un amigo italiano que la felicita por sus lecturas lo que ocurre durante esas reuniones públicas:
¿Debo esponerme a que me echen vitriolo en los ojos o mi dilapiden a cascotazos, porque les digo que hagan escuelas para educar los niños? ¿Y fundo Bibliotecas? […] ¿Qué voy a decirle? ¿que me echan asafétida en la ropa? que me dan el salón peor de la Catedral al Norte y antes de comenzar una conferencia sobre la Reforma Religiosa en Europa, se me da […] una carta oficiosa, en que se me suplica el silencio sobre materias religiosas […]. Le diré que un populacho grosero soportando el frío venía a apiñarse a las ventanas para proferir obsenidades dirigidas a las damas que asistían a mis lecturas, porque se les hace un delito en las mugeres hasta que deseen ilustrarse, y peor que delito es ridículo todavía en nuestro país que la muger haga uso de su inteligencia21.
Si bien no hay informaciones sobre el conocimiento por Gómez de Avellaneda de la realidad de las provincias del Río de la Plata, en cambio Juana Manso, en sus peregrinaciones y exilios, escribió en sus relatos de viaje sus experiencias desde Brasil hasta Filadelfia y Nueva York, el paso por Cuba donde vivió un año y la vuelta a Brasil. De Estados Unidos resulta un discurso ambiguo; por un lado, antes de las denuncias de José Martí, describe esa mentalidad utilitarista que evocara más adelante el poeta:
Los americanos son hipócritas y se burlan de lo mismo que respetan ante la comunidad; entre ellos o un fanatismo ciego o el cinismo más resaltante (sic); el domingo todo se cierra […]; los americanos aturdidos el resto de la semana con sus “business” aprovechan del silencio y de la calma del domingo para calcular mejor una bancarrota, la falsificación de una letra de cambio, la colocación de unos fondos o cómo se apropiarán los ajenos si se los dieran a manejar22.
Pero por otro compara la dejadez del campo argentino y sus “gauchos primitivos” con la eficacia del trabajo agrícola en el vecino del Norte, desde un “aquí” de su postura de viajera, muy opuesto al “allá” no solo de “su” país, sino de toda la América a excepción de la del Norte:
¡Cuán diverso del de Sud América es el aspecto de estos países! ¡Allá la guerra, el degüello, la ruina! Aquí la paz, la industria, el movimiento diario: la multitud de viajeros que cruzan los Estados Unidos en todas direcciones es extraordinaria, porque la facilidad, la rapidez y lo barato de los viajes ponen a las poblaciones más lejanas en contacto unas con otras23.
Desde La Habana, el viaje a Puerto Príncipe tiene como objetivo compensar lo (mal)vivido en Estados Unidos (penurias y dificultades para su marido el músico y compositor Francisco Noronha): por fin podrán escuchar unas contradanzas obras suyas y cobrar por ello. Pero Juana no cuenta solamente la felicidad de la familia con sus dos hijas, sino que vive la belleza de la isla y sus fiestas en una visión romántica de los paisajes y de su gente. Y es que logra distinguir entre el gobierno y su pueblo y si alaba algunas herencias españolas en la arquitectura y la elegancia de los barcos, no es indiferente a la situación todavía colonial: “La Isla de Cuba, sujeta al dominio español, gobernada por el más absoluto y adusto despotismo militar, abriga empero gérmenes generosos en el seno de su sociedad, y existen teorías de civilización que allí son verdades recibidas y de uso establecido”24.
Equiparar la subalternidad de la mujer a la de los esclavos en la novela Sab25 ha sido ampliamente señalado por la crítica dentro de las ambigüedades y los contradiscursos en Avellaneda26, algunas veces como prueba del carácter feminista y abolicionista de la novela, otras para marcar la ausencia de comprensión de la realidad esclava. Es más, se pone en boca del romántico personaje del esclavo negro el considerar la suerte de la mujer más atroz todavía que la del esclavo mulato, mientras, en un juego de espejo, la mujer romántica Carlota parece apiadarse de la suerte de los esclavos. Mientras Juana Manso describe sin tapujos los malos tratos que, como se sabe, eran uno de los motivos de la precoz mortalidad de los esclavos negros, el paternalismo en la relación entre amos y esclavos que se plasma en la forma de escuchar por parte de Carlota dista mucho de manifestar una verdadera comprensión y un deseo de dar a conocer la tragedia de su suerte. Culmina de alguna manera en el humanismo del proyecto de Carlota de liberar a los esclavos después de casarse con Enrique. Si esa voz puede ser considerada como la “voz abolicionista” dentro de la novela, solo será bajo la teoría del palimpsesto: una estrategia expresiva cuya característica es ofrecer al lector una serie de planos de contenido superpuestos de manera que el más evidente esconde otro menos claro, en el que, sin embargo, se advierte una crítica al sistema que hubiera sido difícil de expresar sin circunloquios27.
Si bien, al igual que Manso, Avellaneda fue objeto de burlas y ataques28, quizás no tan crueles y violentos29 como los que sufrió aquella, su reconocimiento fue importante, y las reservas que puede expresar en algunos prólogos de su obra tienen más que ver con su evolución personal en su exitosa carrera que con mal recibimiento, como lo vemos por ejemplo al comentar su reescritura de una de sus obras dramáticas: “Solamente cuando la madurez de la edad y los pesares de la vida hicieron declinar la actividad febril que me aguijoneaba á producir incesantemente nuevas composiciones”30. Entre inclusión y reconocimiento, también fue objeto de silenciamiento durante décadas, rechazada por la Real Academia Española pero reconocida por el público, incluso en las representaciones de sus obras dramáticas en España.
Juana Manso fue la primera persona en dictar conferencias sobre la educación y en publicar sus obras con su nombre, estuvo casi del todo silenciada en las historias de la literatura, y cuando no, desconsiderada31, e incluso olvidada por la crítica. Al analizar la producción de Avellaneda, Susana Montero parece ignorar su obra novelesca y periodística y la de otras mujeres en el Río de la Plata cuando escribe: “No existía en Cuba ni en el resto de Hispanoamérica por esos años una línea discursiva femenina fuera de la lírica; si acaso voces muy menores y aisladas que no rebasaron los límites de la prensa local”32.
Avellaneda tuvo su reconocimiento primero como poeta, y luego también como prosista, y si bien Menéndez y Pelayo no le auguró ninguna prosperidad a la novela Sab, en cambio es reconocida, y no solamente en España, sino también dentro del panorama de la literatura de Puerto Príncipe:
Nosotros no queremos establecer un paralelo entre la Sra. Avellaneda y el Sr. Betancourt […] si la primera supera al segundo en la energía y belleza del estilo, en la viveza del diálogo, en el movimiento de la acción y en alguna otra cualidad de este tenor, no cabe duda que el Sr. Betancourt supera a la Sra. Avellaneda en la verdad y fuerza de la pintura de las costumbres de su pueblo natal33.
La dimensión histórica, y por lo tanto didáctica, de las obras de Manso contrasta con la dimensión en apariencia « solamente » novelesca: los personajes de Sab mueren o se encuentran totalmente desvalidos, el futuro de una nación libre no se contempla, mientras los de Manso en Los misterios del Plata y La Revolución de Mayo de 1810, al corresponderse con personajes históricos, sufren su verdadero destino, que no es una muerte heroica, sino al contrario el triunfo de la lucha, de los únicos valores que le importan a la autora: la honestidad, el humanismo, el respeto por la vida humana, antes que una ideología política. La única lucha válida en la obra teatral es aquella por la justa independencia de la colonia frente a la metrópoli.
Entre los propósitos de la sacarocracia reformista cubana no entraba ningún proyecto de abolición de la esclavitud, que hubiera chocado con sus intereses económicos, como señalan muchos, y entre otros Iván Schulman en su prólogo a una edición de Sab de 2011 “su estrategia para el mejoramiento de la vida social y económica de la isla era no proponer ni efectuar cambios radicales en la estructura y las condiciones de la sociedad colonial y, desde luego, no defender la noción de la abolición”.34 Señaladas a veces como antecedentes35 otras como posteriores al considerar no la fecha de publicación, sino la de escritura, las novelas Francisco (Félix Tanco,1838); Petrona y Rosalía (Anselmo Suárez y Romero,1838); El rancheador (Pedro José Morillas, 18); Una feria de la Caridad (J. Ramón Betancourt, 1841) aparecen a veces clasificadas como “abolicionistas” –y la novela Sab dentro de ellas– o simplemente “novelas de la esclavitud”. Ante la mecanización de los ingenios, apenas aparece la esperanza de prosperar “mejorando la suerte de nuestros esclavos”36.
Según Campuzano, “Avellaneda se ocupó, silenciosamente y desde un espacio doméstico activado como locus político, de estimular el curso de las denuncias por malos tratos a esclavos recibidas por su marido, Domingo Verdugo”37. Sin embargo, en su realidad cotidiana, como toda familia de su rango, estaban presentes los exesclavos, como se puede comprobar en su primer testamento (1863): “entre la relación de sus bienes figuran ‘cinco negros emancipados, uno idem, nacido en casa, y un chino contratado’”38.
Sin llegar a describir los castigos ni los malos tratos a los esclavos, aparecen casi eufemizadas sus condiciones de trabajo:
[…] bajo este cielo de fuego el esclavo casi desnudo trabaja toda la mañana sin descanso, y a la hora terrible del mediodía, jadeando, abrumado bajo el peso de la leña y de la caña que conduce sobre sus espaldas, y abrasado por los rayos del sol, llega el infeliz a gozar todos los placeres que tiene para él la vida”39.
En La familia del comendador, la primera aparición del comendador se encuentra caracterizada por un rasgo común en esta sociedad. Al haber aceptado casarse con su prima,
él había obedecido, reservándose el derecho de seducir a las mucamas de su mujer y a todas las jóvenes de su hacienda, que encontraba en su camino; de estos inocentes pasatiempos resultaban siempre ya una infeliz mulatilla, muerta a azotes por orden de su ama, ya una negrita vendida encinta para alguna provincia distante, etc., etcétera40.
Esos “inocentes pasatiempos” le permiten a la autora esbozar irónicamente en una frase la doble pena de ser mujer y negra o mulata. Al enterarse de la fuga de su hija que se niega a casarse con el “tío loco”, la madre de familia intenta por todos los medios averiguar su paradero y la narradora, cuenta con todos los detalles la muerte de la esclava, ya sin ninguna ironía, llegando el médico llamado por la otra hija, Mariquita, demasiado tarde:
Hay diversos castigos en los países de esclavatura; pero el de las mucamas casi siempre en los pequeños delitos se circunscribe a los palmetazos; Alina ya había recibido bastantes esa mañana; sus manos estaban hinchadas aún y doloridas; por eso a la nueva amenaza de castigo, lloró y suplicó; fue en vano; vino el terrible capataz y comenzó de nuevo el suplicio de la víctima; cuando las manos de Alina estuvieron todas reventadas goteando sangre, la dejaron llorar su martirio en un rincón […] si doña Carolina amenazó, Alina respondió que la matasen, pues ya la habían castigado de balde dos veces, mejor era acabar ya.
¡La pobre negra fue llevada al cuartel del castigo, desnudada brutalmente, amarrada al madero del dolor y supliciada delante de aquella furia sin alma y sin conciencia!
Alina fue desatada, pero ya era tarde… una espuma sanguinolenta entre horribles convulsiones salía de sus labios… Y un momento después expiró aniquilada por los horribles dolores de su martirio41.
Hay que repetirlo, los momentos históricos y las circunstancias personales difieren bastante entre una y otra, con lo cual ni siquiera se plantea la postura de Avellaneda frente a la Independencia, ambigua como mínimo, al igual que la de los reformistas delmontinos, convencidos de la posibilidad de llevar reformas sociales y morales con la ayuda de España, y temerosos, como la mayoría de la clase “blanca” alta, de una rebelión de esclavos parecida a la de Haití, es decir sin perturbar demasiado el orden colonial.
El negociante Joaquín Vargas de la obra teatral La Revolución de Mayo de 1810 (1864) de Juana Manso, es un patriota que no vacilaría en luchar contra la invasión francesa en España, mientras el negociante inglés de la novela Sab es un personaje funesto, solo preocupado por ganar más dinero e impedir una boda de su hijo si no le conviene por no ser la candidata lo suficientemente rica, interpretado por la crítica como una manifestación de las tentativas de dominio sobre la isla.
Mencionar la partida de Vargas para luchar en España, permite oponer dos realidades encontradas entre la nueva nación libre de la dominación colonial y la antigua, la “madre patria” atacada, pero al mismo tiempo ya no tan amable. El acto primero de la obra teatral se titula “El espíritu de la época” y expone las contiendas y revueltas, tanto en España como en el Río de la Plata. Esta publicación se corresponde con un consenso dentro de la sociedad posrevolucionaria y forma parte de las narraciones que participan de la construcción de la nueva nación libre, el famoso e imprescindible roman national.
La dudosa representación del subalterno mulato
Azuvia Licón, al analizar la muerte de los protagonistas en cuatro novelas de Soledad Acosta de Samper (1833-1913), considera que en las dos primeras, la muerte por amor se corresponde con la visión romántica de los amores, mientras en las dos últimas (1879), interviene cierto realismo que incorpora el higienismo creciente en las sociedades de fin de siglo. También señala un cambio en el pacto de verosimilitud en la literatura, verosimilitud cuestionada por Núria Girona en la novela Sab: “la trayectoria de prácticamente todo el colectivo que conformó la novela (como si sus vidas condujeran a callejones sin salida), a riesgo, incluso, de que tambalee el principio de verosimilitud”42.
La verosimilitud parece problemática desde el principio, en la descripción del héroe romántico, tan difícil de definir. Si bien los matrimonios interraciales, como en muchas sociedades coloniales, se encontraban prohibidos, la imagen construida por la narradora casi no debería plantear problema, ya que no es ni una cosa ni la otra, ni blanco ni negro: “No parecía un criollo blanco, tampoco era negro […] un compuesto singular en que se descubría el cruzamiento de dos razas diversas, y en que se amalgamaban, por decirlo así, los rasgos de la casta africana con los de la europea, sin ser no obstante un mulato perfecto”43.
Las contradicciones en la descripción en negativo, entre el parecer y el ser, el trabajo que cuesta para aprehender al sujeto “se descubría el cruzamiento”, la imagen concreta de “amalgamar” como si fuera directamente obra de un Dios, desembocan en esa falta de correspondencia con el “mulato perfecto”, construcción improbable sino absurda, pero necesaria para poder después desarrollar las virtudes y los valores morales de un héroe que, evidentemente, no podría ser negro, pero tampoco se asemeja a un “mulato”. Nos podemos preguntar si esa fue la treta del débil, según la expresión de Josefina Ludmer44, para hacer aceptable el destino de Sab por parte de la autora.
Imaginemos una película hecha a partir de este encuentro entre el criollo blanco y el mulato “no perfecto”: ni por el color de la piel, ni por la indumentaria, ni siquiera por su lenguaje se podría imaginar el espectador la verdadera identidad y la tragedia por venir, sino quizás una relación competitiva entre dos enamorados de la misma mujer, con destinos muy distintos, lo que permitiría al relato entrar en la categoría romántica sin más. Aunque se den explicaciones de su nivel cultural por su educación junto a Carlota, el personaje así construido no se corresponde con la mayoría de los esclavos presentes en la isla, no es representativo de ellos, como vimos, escapa a toda verosimilitud, pero le permite describirse a sí mismo comentando “a veces es libre y noble el alma, aunque el cuerpo sea esclavo y villano”45.
Llama la atención esa ambigüedad a la hora de describir al personaje por su apariencia “casi o apenas negro” presente también en la novela de Juana Manso, La familia del comendador46. Si bien, como vimos, resulta más clara su denuncia de la esclavitud, en cambio la descripción de Mauricio, fruto de los amores entre el loco Juan, hijo de la comendadora, y la mulata Camila, tampoco permite su clasificación como mulato: “porque ninguna de sus facciones lo traicionaba, sus mismos labios no eran amoratados, sino punzones y delgados, su cabello era negro y fino, no tenía ni bozo en la cara; era moreno, pero había como un reflejo de bronce dorado en su cutis fina y aterciopelada; sus dientes eran blanquísimos, y solo sus manos podían atestiguar su origen: en torno de sus uñas pulidas, había un círculo negro, un filete indeleble de la raza africana”47. Como Sab, aunque esclavo, ha tenido educación, lo que hace que “sus instintos delicados lo hacían huir de las mujeres de color”48. El sentimiento de superioridad de la “raza” blanca sobre la negra parece haberse pegado al mulato educado junto con la formación profesional recibida.
A Sab, consciente de sus privilegios al no trabajar en los ingenios, no lo motiva una solidaridad con sus hermanos negros esclavos lo que lo lleva a soñar con una venganza a través de una rebelión social, –sombra siniestra presente en todas las mentes de la élite criolla después de los sucesos de Haití– sino su inmenso amor hacia Carlota, por más que las palabras usadas en su confesión a Teresa, se refieran a la relación de dominación:
He pensado también en armar contra nuestros opresores, los brazos encadenados de sus víctimas; arrojar en medio de ellos el terrible grito de libertad y venganza49: bañarme en sangre de blancos; hollar con mis pies sus cadáveres y sus leyes y perecer yo mismo entre sus ruinas, con tal de llevar a Carlota a mi sepulcro: porque la vida o la muerte, el cielo o el infierno… todo era igual para mí si ella estaba conmigo50.
Recordemos que, en una de sus cartas, Avellaneda menciona que su padre, como argumento para que la familia volviese a España, pronosticaba “a Cuba una suerte igual a la de otra Isla vecina, presa de los negros”51 y pone en boca de Sab esa posibilidad de una venganza de los indios por los negros. No habla directamente Sab, ese portavoz de la autora, sino que refiere a don Carlos el discurso de su madre de adopción Martina, simbólica promesa de otro mestizaje: “En sus momentos de exaltación, señor, he oído gritar a la vieja india: ‘La tierra que fue regada con sangre una vez, lo será aun otra: los descendientes de los opresores serán oprimidos, y los hombres negros serán los terribles vengadores de los hombres cobrizos’”52.
De la misma manera, las consideraciones de Carlota sobre los negros esclavos y también sobre la “pobre raza”, los indios, nacidas de la inmensa bondad de su corazón, es decir el sentimentalismo, y no de la conciencia histórica, subyacen en su discurso. Al escuchar el relato de la muerte del cacique Camagüey, personaje más mítico que histórico, recuerda que nunca había podido “leer tranquilamente la historia sangrienta de la conquista de América. ¡Dios mío, cuantos horrores!”53 si bien duda de la veracidad de estos relatos por tanta crueldad y, a la par de cierta parte de la sociedad colonial, considera que se trata de exageraciones, pero eso no impide que se apiade de la suerte de sus descendientes. En relación a los esclavos negros, de la misma manera la denuncia de los malos tratos no la lleva a dejar de considerarlos como “inferiores”.
En la obra dramática de Juana Manso, La revolución de Mayo, no se sabe los motivos por los cuales Cecilia, no quiere revelar a su amiga la identidad del hombre objeto de su amor, pero indicios permiten imaginar no una diferencia de raza, sino de clase. Continúa interesada en las novedades, en las declaraciones de la Junta en lucha por la Independencia, por lo que se puede pensar que se trata de uno de los próceres de esta gesta. Pero le confiesa su imposibilidad de seguir viviendo: “Cuando hay una herida mortal en el corazón, ¡no se vive mucho tiempo!”54, de forma afín al tópico romántico de la suerte de Sab en la novela de Avellaneda.
Gabriela, hija de los comendadores de la novela La familia…, era la única compasiva con los esclavos, y la narradora parece hablar a través de ella:
¡Pobre raza, que los blancos han colocado a la par de los animales irracionales, despojándola no sólo de sus derechos, sino hasta negándoles y proscribiéndoles sus afecciones más justas y caras! ¡y sólo entre sí, al oído uno del otro, pueden murmurar de sus dolores, de sus martirios!55
En cambio, la esposa del comendador le comenta a su suegra, autora del castigo a su hijo Juan, lo penoso que es vivir con esclavos. Para esta pareja, más que para los hijos, el infierno no es lo que viven los esclavos, sino sus dueños: “¡ya sabe usted la lidia en que vive quien tiene esclavos!, esta canalla que le quita a uno los días de la vida” apoyado su declaración por la de su marido: “Es un verdadero infierno”.56 Esa conversación le permite a su interlocutora, la madre del comendador, abrir su caja de Pandora y despotricar contra la raza negra: “la señora pidió su tabaquera, sorbió un polvo y principió una larga y sucinta relación, de las desgracias, disgustos y amarguras, causadas por los negros a los blancos, por los esclavos al opresor”.57 La narradora interviene para evitar todo tipo de confusión y distanciarse de este discurso racista, ironizando sobre esa inversión de la realidad y marcando claramente su propia visión de la esclavitud:
Palabras fueron que tenemos por bien suprimir, pero que en resumen probaban con evidencia que las víctimas no son los negros, arrancados a su país, a sus afecciones y a su libertad, cargados de cadenas, amontonados a la fuerza en buques nauseabundos y después vendidos como cualquier objeto de mercancía o como animales, a señores que los compran para vivir del sudor de su esclavo, como se compra un buey para arar, caballo para montarlo, etc., etc. Pero los insolentes negros, no se someten a la superioridad de los blancos sino a fuerza de castigos horribles, y ahí está el busilis, la lidia del blanco en enseñar al negro ciertos puntos del derecho natural que sólo se explican a garrotazos, por consecuencia, las víctimas son los blancos que oprimen y verdugos son los oprimidos, ¡es una lógica asaz sencilla!58
El papel asignado en la mujer dentro de las sociedades del siglo XIX
En Montevideo, Juana Manso abrió la primera escuela para niñas en la casa familiar: El Ateneo de Señoritas, creó los primeros periódicos para mujeres, como el Jornal das Senhoras en Brasil, no solo con rubros sobre la moda, sino también la literatura, las Bellas Artes el teatro y la educación.
En 1854, en Buenos Aires, crea y dirige el Álbum de Señoritas, que trata de la emancipación de la mujer, de homeopatía, de filosofía, presenta relatos de viaje y, en tanto folletín, su segunda novela La familia del comendador. Tuvo que cerrarlo por falta de medios después de ocho números.
Después del debate posrevolucionario sobre el papel de la mujer “la madre patria” en la educación del nuevo ciudadano, en el momento de la construcción de la nación, Sarmiento hizo más que apoyarla, y la consideró digna de ocupar puestos importantes en el proyecto educativo nacional. Dirigió durante diez años la revista Anales de la Educación Común (de 1865 hasta su muerte en 1875), creada por el mismo Sarmiento para dar cuenta de la labor educativa y armar un espacio de discusión59.
Las ideas de Juana Manso sobre el lugar de la mujer en la sociedad y el papel nefasto de la Iglesia quedan claras ya desde sus primeras publicaciones. Conocedora del francés como vimos y como las mujeres educadas de su época, hasta retoma una expresión en esta lengua para afirmar su papel de escritora, como femme auteur.60 Al anunciar a las lectoras de su Jornal das Senhoras su “identidad” y sus propósitos, precisa de qué manera las tristes experiencias vitales le han quitado la posibilidad de seguir siendo “una mujer romántica”:
Nem julgueis que vou fazer-vos alguma relação romantica e poetica dos meus sentimentos, impressões e sensações… […] houve um tempo em que fui romantica da quinta essencia; mas no dia de hoje tudo mudou: é assim que é este mundo! eu á força de chorar acabei rindo-me, e fiz bem… Ao contacto dos vicios humanos, ao fogo activissimo dos desenganos do mundo, o meu coração encolheo-se e ficou secco, que nem pergaminho61.
Ninguno de sus escritos, sean periodísticos, pedagógicos o ficcionales, tergiversa sobre la representación de la mujer como ser dotado de la misma inteligencia que el hombre e imposible de reducir a un papel de madre y esposa.
Quiero y he de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras y cuando formó el alma humana, no le dio sexo. La hizo igual en su esencia y la adornó de facultades idénticas62.
Uno de sus combates fue la Escuela mixta, entre otros argumentos para promover un trato correcto de los niños hasta las niñas, ya que considera que es “una magnífica oportunidad de inocular desde la Infancia, hábitos de urbanidad, de decencia y de respeto que más tarde con la práctica de los años podrán correjir ciertos usos de lenguaje y de maneras”63.
Avellaneda avanza más prudentemente en sus artículos dedicados a “la mujer”64, al igual que en Sab. Retomando consideraciones bien ancladas en el imaginario colectivo de la sociedad patriarcal, parece aceptar esa inclinación hacia lo emotivo de la mujer para reivindicar su mayor posibilidad de creación artística desde la reconocida sensibilidad:
Concedemos sin la menor repugnancia que en la dualidad que constituye nuestra especie, el hombre recibió de la naturaleza la superioridad de la fuerza física, y ni aun queremos disputarle en este breve artículo la mayor potencia intelectual, que con poca modestia se adjudica. Nos basta, lo declaramos sinceramente, nos basta la convicción de que nadie pueda de buena fe, negar a nuestro sexo la supremacía en los afectos, los títulos de su soberanía en la inmensa esfera del sentimiento65.
Apunta su legitimidad otorgada por Dios mismo, a la par de figuras bíblicas, por esa misma capacidad emotiva: “la mujer se alza reina por derecho divino en los vastos dominios del sentimiento”, considerando, según la doctrina católica, a la madre de Cristo redentora de la “ignominia de Eva” (sic)66 y reescribe la Pasión de Jesucristo subrayando la falta de solidaridad de los varones y la presencia infatigable de las mujeres. Convoca luego al filósofo Pascal para justificar su propia teoría sobre las múltiples cualidades derivadas de esa superioridad afectiva porque, dice, “nos sentimos dispuestas a declarar, con Pascal, que los grandes pensamientos nacen del corazón”67, pero también las mejores acciones, sacadas de la tradición bíblica, de la Antigüedad griega y de episodios de la historia española.
Concluye sus páginas publicadas en un periódico en 1860 con esa idea también expresada por Sarmiento y más de una vez citada como suya propia, mientras apareció antes en la obra de Flora Tristán68:
En las naciones en que es honrada la mujer, en que su influencia domina en la sociedad, allí de seguro hallaréis civilización, progreso, vida pública.
En los países en que la mujer está envilecida, no vive nada que sea grande; la servidumbre, la barbarie, la ruina moral es el destino inevitable á que se hallan condenados69.
Algunas declaraciones hacen pensar en el desarrollo de un feminismo (término anacrónico) para sí misma o, mejor dicho, nacido de sus desventuras, tanto amorosas como en su carrera literaria, más que sobre la suerte de las mujeres en general. En una carta dirigida a Leopoldo Augusto Cueto, con fecha 20 de octubre de 1856, declara la autora:
Soy acaso el único escritor de España que jamás ha alcanzado de ningún Gobierno distinción ni recompenza (sic) grande o chica. Mi sexo ha sido un eterno obstáculo a la buena voluntad que algunos ministros me han manifestado, y mi amor propio herido ha tenido, sin embargo, que aceptar como buenas las razones que, fundiéndose siempre en mi falta de barbas, se han servido alegar muchos hombres ilustrados para justificar la excepción poco grata que se ha hecho de mí70.
¿Figuras heroicas y/o sacrificadas en las novelas de Gómez de Avellaneda y Juana Manso?
En las novelas románticas del siglo XIX, las mujeres sufren por los vicios de los hombres, el juego, la pereza, la codicia –especialmente presente entre los ingleses en Sab. Pero en la obra teatral antes citada, La revolución de Mayo, los personajes masculinos son héroes de la gesta independentista, y por lo tanto su construcción dramática radica en la diferencia entre los verdaderos patriotas y los otros, no desde un punto de vista sentimental.
Lola, la hija de Joaquín Vargas, se sacrifica por la patria, alentando a su padre para que regrese a España para luchar contra la invasión francesa, y a su prometido en su lucha por la independencia de su país, (la futura Argentina, entonces Provincias Unidas del Río de la Plata), lo que no le impide “desfallecer”, como es tan común en la literatura de la época, después de anunciar su decisión de ingresar en el convento para no quedar sola y desamparada, reacción que ofrece un contraste con esa mujer luchadora tal como se presentó antes. Lola se ve doblemente afectada en sus afectos, por su prometido y por su padre.
Ante las lisonjas de su tío asombrado por su belleza, Lola revela todo su carácter: le contesta que no es ningún objeto (“chiche”) y que nadie la ha comprado todavía. En vez de cegarse al aceptar los cumplidos, cuando él le pregunta si acepta su franqueza, le dice: “Siendo una cualidad tan rara en los caballeros, aunque no sea más que por la novedad oiré lo que mi tío quiera decir”71.
Refiriéndose a la invasión de Buenos Aires por los ingleses, comenta la participación de las mujeres para la cura de los heridos y el hecho de que no tienen miedo a las balas. Para gran sorpresa de su tío, hasta lo advierte de la posibilidad de formar un regimiento de muchachas, “y yo entre ellas”72 en caso del regreso de los ingleses.
Más adelante, una conversación entre dos mujeres, Susana y Cecilia, permite a la autora comentar el papel de la mujer en la sociedad, se intuye, si fuera necesario, las propias vivencias de la autora73, se escucha su voz. Sin escapar del romanticismo, las opiniones de las dos mujeres sobre los hombres no dejan lugar a duda, un hombre que solo se deja amar y no sabe amar es considerado “enemigo del género humano” y forma parte de los que “han nacido para dominar y no para ser dominados por el amor”, lo que no deja de recordar al personaje de Enrique en Sab74.
Otro rasgo de fuerte modernidad se impone en esas circunstancias políticas: a la inversa del discurso oficial sobre los gustos de la mujer, más interesada en frivolidades y diversiones que en la política, Susana prefiere escuchar el relato de la sesión antes que volver a una velada con baile, no importándole que las echen en falta: “En la sala que esperen por nosotras, sino pueden bailar que jueguen juegos de prendas: cuéntenos V. esa Sesión de ayer”75. La respuesta de su interlocutor, al sorprenderse: “Es un asunto tan árido para Señoras!”76 no hace sino reforzar, por un lado, el prejuicio machista, y por otro la posibilidad de la otra protagonista de reafirmar la necesidad y la validez de la participación de las mujeres en los asuntos políticos y la reprobación de su exclusión, desde un punto de vista moral: “Es un egoísmo que las Señoras no hayan sido invitadas”, dice Susana.
En la novela La familia del comendador, al congratularse mutuamente por su visión correcta del futuro de los hijos, siendo su única función hacer crecer la fortuna familiar, los padres y la abuela se ponen de acuerdo para el futuro de Pedro (casarse con una prima) y de Gabriela (casarse con su tío Juan). Pero ella no consiente: “Gabriela palideció horriblemente, un temblor convulsivo se apoderó de ella, pero aún pudo responder: Abuelita, ¿se olvida que tío Juan es demente? […] Antes seré monja que casarme con mi pobre tío demente”77. Refugiarse en el convento es efectivamente la única salida que encuentra Gabriela, pero a diferencia de Teresa en Sab, no permanecerá allí y podrá reunirse con su prometido, después de varias aventuras. Este episodio le permite a la autora argumentar sobre los males de la Iglesia católica (ella se convirtió al protestantismo y sufrió rechazo por ello, hasta sus últimos momentos) e ilustrar su anticlericalismo con la descripción de un capellán inmoral –solamente preocupado por su propio bienestar, hasta reventar por comer demasiado–, y el convento y sus monjas como lugares de espanto. Gabriela se despierta en una “sala lóbrega y desnuda, poblada de […] bultos vestidos de negro, se sintió sobrecoger de terror”. Las monjas le reprochan su actitud: “eso era ofender a Dios, era pecar mortalmente y otra porción de sofismas, con que la Iglesia Católica pretende hacer los hombres a su antojo, […] y transformarlos en máquinas sin pasiones y sin corazón”78. El sacrificio de Gabriela, al preferir el convento antes que un matrimonio infeliz por no deseado, se corresponde con el de muchas novelas de la época, tanto en Europa como en las Américas. Pero al salvarla de este sacrificio, la novelista abre una puerta a sus lectoras.
En Sab se plantea la pregunta del sacrificio de Teresa, por honestidad, pero de forma bastante ambigua, porque si sus argumentos para no aceptar el plan de Sab son que no quiere privar a su prima Carlota de su gran amor, la solidaridad femenina no funciona: sabe, gracias a las confesiones de Sab, que Enrique no es digno de ese amor y por lo tanto ella no va a ser feliz en su matrimonio. Es decir que su “sacrificio” provoca una triple desgracia, para ella misma, para Sab y Carlota, además de la imposibilidad de la felicidad.
En Los misterios del Plata, Adelaida Maza de Avellaneda es la mujer heroica que salva a su marido y a la familia, propiciando un final feliz al participar en la salvación de su marido y de su hijo y cierto suceso en la lucha contra los planes represores del tirano.
En su Diario de amor, Gómez de Avellaneda revela cómo, en su infancia, tenía otras preocupaciones que las niñas de su edad y solo cultivó amistades con amigas o familiares de las mismas condiciones. Atribuye sus cualidades intelectuales a una naturaleza no muy femenina, como convencida del concepto cultural según la visión patriarcal. Hablando de su prima Rosa, confiesa: “como yo, reunía la debilidad de mujer y la frivolidad de niña con la elevación y profundidad de sentimientos, que sólo son propios de los caracteres fuertes y varoniles” y al contar sus ilusiones sobre su prometido, apenas conocido, nos recuerda a la Carlota de su novela Sab, enamorada del amor y de los ideales románticos más que de una persona real. Pero a diferencia de Carlota, la autora79 de las cartas a Ignacio Cepeda expone los motivos por los cuales ama con A grande, así las mil formas distintas de ese amor por su interlocutor/espejo hasta deificarlo.
El otro parecido entre Gómez de Avellaneda y su personaje novelesco es la repentina decisión de su casamiento con ese novio, cuando ella aún no cumplía los dieciocho años, cuando éste se entera de una donación del abuelo si se casaban, como Enrique en la novela. Cual heroína romántica de las novelas que devoraba con sus amigas, en vísperas de su matrimonio ella se arrepiente de haber aceptado y se refugia con su abuelo jurando que se mataría antes de casarse con un hombre que no amaba.
En Sab, vemos en Carlota a una mujer presa de un amor puramente ideal, ni siquiera explicitado y fuera de las realidades económicas de la institución matrimonial de la época dentro de su clase social. Si la desilusión solo viene cuando no puede ignorar la verdadera naturaleza del esposo, también permite, junto con la muerte de Sab, una toma de conciencia y la reconstrucción de un personaje hasta entonces, como vimos, más bien sumiso.
Guerra considera la novela como un palimpsesto en el que la ideología abolicionista finalmente resulta menos importante que un feminismo subyacente que “dados los valores de la época, no pudo ser elaborado de una manera más explícita”80. Sin embargo, en otras de sus novelas de la misma época, como Dos mujeres (1842) y Dolores (1851) aparecen transgresiones de esos valores, entre otros, la expresión del deseo femenino vedado en la literatura masculina. Encontrando traiciones hasta de su mejor amiga y de parte de su familia, y al ver a su prima infeliz en su casamiento, recuerda “mi horror al matrimonio nació y creció rápidamente”81.
En su primera relación amorosa en España, desenreda los motivos por el cual su amante, por más generoso y noble que sea, se asusta de sus talentos y opiniones expresadas públicamente, portadores de futuras envidias y murmuraciones: “No gustaba de mi afición al estudio y era para él un delito que hiciese versos”82.
En Sab, el juego entre los cuatro personajes oscila entre perversidad e ingenuidad, entre relación matrimonial fríamente calculada y amor desinteresado e idealizado: Sab ama a Carlota, enamorada de su prometido Enrique, a su vez objeto del amor secreto de Teresa, prima pobre de Carlota. Enrique ama más el dinero que a su prometida, no tan rica como quisiera. A la romántica Carlota no le importaría vivir pobremente con su amor. El intento de cambiar el curso de las cosas y encontrar un equilibrio para el triunfo del amor verdadero, consiste, en el proyecto de Sab, en utilizar el golpe de suerte de un billete de lotería ganador de una buena cantidad de dinero para dotar a Teresa y así convertirla en objeto de amor de Enrique, dejándole el camino libre para amar a Carlota. Pero lo que triunfa no es el amor, sino la honestidad de Teresa, que prefiere primero sacrificarse para que Enrique despose a Carlota gracias a esa cantidad inesperada de dinero, para luego enterrarse en vida en un convento antes que aceptar la maniobra. Sab muere de amor, no se sabe bien cómo es físicamente, sino por el gesto de abnegación para salvar a su rival, y Carlota solo se enterará después de varios años de la verdadera naturaleza de su ahora marido. Las dos primas, una en el convento, la otra infeliz en su matrimonio, mantendrán su amistad hasta el final.
Conclusiones
Si bien el epistolario de Avellaneda, verdadero monumento literario, construye un camino de vida entre ficción y realidad, el de Juana Manso permite un conocimiento día tras día del largo camino en la lucha por la educación mixta, laica y gratuita en la Argentina del siglo XIX.
Varias mujeres escritoras de los países en vía de reconstrucción nacional después de la independencia se declararon en contra de las guerras intestinas como consecuencia de las luchas por el poder y denuncian la barbarie, pero no solo según la famosa dicotomía barbarie/civilización teorizada por Sarmiento, sino la de los federales contra unitarios en el caso del Río de la Plata. Gómez de Avellaneda no se encuentra en la misma situación en un país todavía dependiente de la metrópoli; desde ahí, como vimos, la ambigüedad y cierta confusión en la interpretación de sus escritos, rápidamente considerados como “abolicionistas” y/o “feministas”.
Ambas mujeres escritoras fueron objeto de varias biografías83, más o menos noveladas o ficciones, como la de Silvia Miguens, cuyo título retoma una expresión de Sarmiento: Cómo se atreve. Una vida de Juana Manso. (Buenos Aires, Sudamericana, 2004) o, más antigua, la de María Mercedes de la Vega: La maestra histórica. Juana Manso de Noronha (Buenos Aires, Talleres Gráficos Hermanos Ferrari, 1937).
Al examinar los finales de ambas novelas (Sab, 1841 y Los misterios del Plata, 1846) a la luz de unas intenciones ideológicas más o menos claras, se juntan los dos aspectos desarrollados en nuestro artículo. Por un lado, el amor entre un esclavo y una mujer blanca, sea Carlota, rica, o Teresa, menos rica, no puede florecer y se mueren Sab, Teresa y Martina, tres seres subalternos por ser mulato el primero, pobre y mujer la segunda, pobre, mujer e indígena la tercera; por el otro el “final feliz”, es decir, la salvación del proscrito por Rosas, contra toda esperanza, quiere anunciar el final feliz para el país: la derrota del tirano.
Se puede considerar que las novelas representan el mejor medio para plasmar el camino de toma de conciencia de los personajes femeninos, y para Gómez de Avellaneda, en especial Dos mujeres.